domingo, 17 de enero de 2010

One armed boxer (el luchador manco) de Jimmy Wang: el kung fu es el rey de las artes marciales




El cine hongkonés de los setenta fue testigo de un hecho histórico en su devenir: los wuixias (películas de caballeros espadachines) estaban cediendo terreno a un nuevo género de acción que ha llegado ha convertirse en un fenómeno social: el kung fu.
Antes de que leyendas como Bruce Lee revolucionasen las coreografías y de que las acrobacias de Jackie Chan, herederas de los movimientos de la Ópera de Pekín, llenasen las salas, existió un actor, Jimmy Wang, que si bien no fue un experto en la técnica, se le debe de reconocer su posición de abanderado.
Rodeado de todo tipo de rumores por sus posibles conexiones con las tríadas, y con escándalos sociales al acusar de adulterio a su esposa, lo cierto es que Jimmy Wang abrió la puerta un género, que si bien fue necesario renovar y perfeccionar, no se le debe dejar de reconocer su innovación y su “purismo” a la hora de rodar.
Para empezar Wang fue un gran atleta, llegó a ser un condecorado campeón de natación, pero carecía de técnica. La mayoría de las coreografías se las aprendía de memoria sin conseguir la frescura y la originalidad que se requería, pero a su favor hay que señalar que estuvo implicado con uno de los mayores éxitos del kung fu inicial de los setenta: The Chinese Boxer, dirigida por el propio actor. Película que debe ser analizada desde dos perspectivas: por un lado la importancia que se dio a las coreografías con movimientos mucho más reales y no tan acartonados como los wuxias pasados, y por otro la aparición temática de las dos escuelas rivales que tanto se repetiría en las posteriores películas de kung fu.
Precisamente The one armed boxer , dirigida por el propio Wang, fusionará dos décadas con dos películas emblemáticas protagonizadas por Jimmy Wang: el wuxia The one armed swordman (Véase.......) y la película de kung fu: The Chinese Boxer. El espíritu del héroe manco y la fuerza y lucha del luchador chino frente al enemigo japonés se unirán en este híbrido que sirvió para explotar, aún más, a un héroe que había calado en la iconografía hongkonesa.


Quizá sea un poco exagerado la leyenda publicitaria que aparece en dvd, que Paramount distribuyó en nuestro país, para El luchador manco: “...Si hay una película de artes marciales que merezca entrar en la historia del cine, es esta...”
Pero estrategias de marketing al margen esta película es, sin lugar a dudas, un clásico en el cine de artes marciales.


Tras abandonar la Shaw Brothers, aún a pesar de sus éxitos con el mítico director Chang Cheh, y de ser desterrado por la productora prohibiéndole rodar películas en territorio hongkonés, desde Taiwán contacto con la Golden Harverst, y con Raymond Chow quién produjo esta película que muchos críticos han denominado Kung Fu se serie B y que no hace sino explotar aún más el filón que le dio la fama.

Desde nuestra perspectiva actual, El luchador manco, puede estar más cercana al comic, a lo humorístico, e inclusive a pseudo-parodia del género. Aún moviéndose entre convencionalismos propios de estas historias: la rivalidad entre escuelas, la importancia del entrenamiento, las luchas, la fortaleza del héroe... sus personajes y situaciones adquieren un tono bizarro y añejo que no hace sino poner una sonrisa en el espectador contemporáneo.
Lo purista de este género se transforma aquí en simplista. Solamente tenemos que detenernos en el argumento para entenderlo: Jimmy Wang es un joven luchador de kung fu que aprende y ejercita felizmente entre sus compañeros de su escuela. Escuela que ostenta gran rivalidad con otra que se vale de todas las artimañas más miserables para derrotarla. Tras ser humillada la escuela rival por parte de Jimmy Wang y sus compañeros, su malvado maestro reúne a un grupo de singulares luchadores que ostentan las mejores dotes en las distintas especialidades.

Así, el espectador asiste – con cierta mezcla de sorpresa y sonrisa en el rostro- a la presentación de un grupo que sin duda alguna hoy ostentarían la humillante etiqueta para unos y orgullosa para otros, de “frikis”. Quizá entre estos temidos luchadores internacionales (con los ecos de The chinese boxer) destaca el japonés experto en judo con una iconografía vampírica, inclusive con el detalle de sus incisivos. El taekwondista coreano le va a la saga, al igual que los luchadores de kickboxing provenientes de Siam. Desde el Tibet llegan dos monjes Shaolin expertos en el control de su respiración, y cerrando el grupo se encuentra un indio fakir que realiza el pino delante de sus oponentes. A todos ellos se enfrentará Jimmy Wong, que tras mutilarle el brazo izquierdo, deberá aprender a luchar y se ejercitará duramente, hasta el punto de quemarse y aplastarse la mano sana que le queda para aguantar el dolor.
Demasiados personajes y demasiadas coreografías que sin la posibilidad de los adelantos técnicos (se emplea sólo el cable) se resuelven con ritmos lentos y resultan monótonas.

Pero esto es lo que quizá podamos apreciar como espectadores actuales, pero...¿es ésta la concepción del espectador de los años setenta? Obviamente la perspectiva cambia. Con el todavía desconocimiento de los adelantos técnicos los espectadores celebraban las escenas de lucha con gran entusiasmo. Además es de justicia señalar que Jimmy Wang otorgaba una gran violencia a sus coreografía intentándolas cargar de realismo, aunque muchas veces sus movimientos pareciesen mecánicos y oxidados, sobre todo si se le compara con Bruce Lee que revolucionó la lucha a base de agilidad y naturalidad.
Pero vayamos sobre un asunto aún más interesante. Si analizamos la película y su posible mensaje – subliminal o no- lo que nos llama la atención es que, al final, el arte del kung fu derrota a las demás artes marciales. Es más, los luchadores deciden usar la dinamita para acabar con la vida de Wang porque no pueden triunfar sobre su lucha. ¿Estamos, por tanto, ante un posible mensaje nacionalista? El kung Fu (China) vence al resto de sus adversarios. No debemos olvidar que el kung fu es parte integrante de la identidad china, y ¿qué mejor que utilizarlo para derrotar al “enemigo” japonés?
Es curioso como lo que puede ser bizarro para unos, en otras décadas puede ser concebido como metáfora nacionalista.

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