Jacob Cheung es un director poco prolífero para lo que nos tiene acostumbrado la cinematografía hongkonesa . Ligado con la Segunda Ola, este director, guionista, productor y, ocasionalmente, actor ha ido cimentado su carrera bajo tres principios: la “pasión” por contar su realidad social circundante, la “sinceridad” con la que lo hace y la “mirada humanista” que vierte en sus historias.
Cheung no se conforma con mostrar los estragos de la era posmoderna desde un punto de vista estético, él concibe su sociedad como un cóctel que combina la desolación y el progreso no siempre a partes iguales, por eso sus películas tienen un trasfondo reflexivo que se puede ligar con la denuncia social. Ya en su primera película, The last eunuc in China, la caída de Imperio manchú y los comienzos de la revolución fueron narrados desde su particular visión humanista pues sus protagonistas concretaban la historia de China en vez de perderse en el contexto. Su mayor reconocimiento, además de Battle of the wits ( un canto pacifista ante la locura de la guerra) fue su película más demoledora y contundente, Cageman, con la que el director dio voz al desarraigado y se atrevió a denunciar cuestiones sociales por muy molestas que éstas sean para los medios o para los gobernantes.
Lejos de las historias escapistas, cercanas a un cine liviano y comercial, Jacob Cheung sorprendía a los espectadores hongkoneses con una película poco habitual en su cinematografía. Cageman, rodada en el año 1992, denunciaba la situación de un grupo de inquilinos de un inmueble que, debido a la escasez de viviendas en la excolonia, dormían en pequeños habitáculos (literalmente en jaulas). Ante la presión del gobierno, y con los medios de comunicación como testigos directos, el grupo unirá sus fuerzas ante su inminente desahucio.
La situación que en definitiva nos presenta Jacob Cheung es un enfrentamiento entre la dignidad humana (representada por el grupo de inquilinos) y la hipocresía del ser humano (ejemplificado en la clase política). Son dos fuerzas de desigual poder en la que los primeros sólo tienen su voz para intentar acallar el dominio del más fuerte. Aún así esos gritos son tan convincentes que Cheung consigue dar voz al desarraigado.
Los vecinos comparten sus risas, sus bromas, sus peleas, sus pensamientos...comparten hasta sonidos, pues al comenzar el día se escuchan distintos despertadores que demuestran que la privacidad no existe en sus vidas. La intimidad es algo que desconocen por su vida en comuna y es lo que primero echa en falta el político, que en un alto en su campaña publicitaria, pasa una noche con estas personas. Llama la atención cómo éste necesita asilarse del contexto, necesita huir de esa situación que le ha colocado su hipocresía. Por eso unos simples cascos con la música alta le sirven para “soportar” una noche con la pobreza y el hedor que se desprende de ella.
No obstante la dignidad del ser humano, aunque muchas veces no venza, consta de armas suficientes para hacerse notar. El desarraigado se une ante el desahucio, pasa momentos de fiesta – en los que expresa su auténtica libertad- y es portador de un arma imprescindible: la ironía o el sentido del humor. Pero Cheung no opta por el humor para aliviar el drama sino como un elemento más de reflexión social. La ironía le sirve para reflejar un hecho concreto, para expresar una realidad en donde la crudeza es tal ,que se vale de ella para apuntillar una verdad.
Por eso nos preguntamos ¿Es necesaria la demolición para el progreso de una ciudad? Jacob Cheung no da la respuesta, simplemente conmueve con una historia que nos obliga a reflexionar. Llama la atención sobre una realidad que la sociedad pasa por encima y lo hace con la valentía propia del que concibe el cine como conciencia social. Por ello pasea la cámara, a modo de contraste, por edificios históricos y emblemáticos de la ciudad de Hong Kong, que como entes aislados desconocen esa otra realidad y se levantan orgullosos entre sus habitantes.
El mismo comentó: “...las decisiones descansan en valores individuales que no miran hacia las clases más bajas. El futuro se está construyendo sobre endebles valores humanos...”
Lo paradójico de su historia radica en saber ¿quién realmente vive encerrado en una jaula? Estos hombres que valoran y aman su libertad y luchan unidos por ella, o el resto de la sociedad que les vuelve la cara, pero que son prisioneros de su propio consumo y, en definitiva, de los valores que la sociedad les ha ido marcando.
Mao, uno de los inquilinos sale de la prisión y termina en este edificio ocupando una de las jaulas, ¿no sigue en el fondo encerrado? A primera vista puede parecer que así es, pero Cheung se encarga de subrayar la evolución de su personaje y su preocupación por sus vecinos aún a pesar de formar parte del complot. Gracias a ellos ha entendido lo que es la libertad y la dignidad.
Con el desgarrador grito de uno de ellos, casi al final de la película, “ Oficial, por favor no rompa mi jaula” el director resume la esencia de su cine. Pues estos hombres podrán vivir una invasión y una destrucción de su estilo de vida, el único que se pueden permitir, pero desde su marginalidad toman fuerza para gritar a los gobernantes que les han abandonado ¿Qué será de ellos? Como hemos dicho antes Jacob Cheung no ofrece soluciones sólo muestra lo que muchos cierran los ojos para no ver.
La película está cercana a esa línea neo-neorrealista que algunos directores europeos tomaron en los años noventa, me viene a la cabeza Gianni Amelio con su magistral Lamérica o Ken Loach con Riff Raff, e inclusive Tavernier con Hoy empieza todo...en donde las cuestiones sociales eran retratadas con un realismo crudo con la finalidad del que desea remover la conciencia con un remo de púas.
Jacob Cheung apostó por un cine atípico en su cinematografía y se atrevió con algo que, afortunadamente, han continuado otros directores: hablar de personas reales atrapadas en un mundo real.
Cheung no se conforma con mostrar los estragos de la era posmoderna desde un punto de vista estético, él concibe su sociedad como un cóctel que combina la desolación y el progreso no siempre a partes iguales, por eso sus películas tienen un trasfondo reflexivo que se puede ligar con la denuncia social. Ya en su primera película, The last eunuc in China, la caída de Imperio manchú y los comienzos de la revolución fueron narrados desde su particular visión humanista pues sus protagonistas concretaban la historia de China en vez de perderse en el contexto. Su mayor reconocimiento, además de Battle of the wits ( un canto pacifista ante la locura de la guerra) fue su película más demoledora y contundente, Cageman, con la que el director dio voz al desarraigado y se atrevió a denunciar cuestiones sociales por muy molestas que éstas sean para los medios o para los gobernantes.
Lejos de las historias escapistas, cercanas a un cine liviano y comercial, Jacob Cheung sorprendía a los espectadores hongkoneses con una película poco habitual en su cinematografía. Cageman, rodada en el año 1992, denunciaba la situación de un grupo de inquilinos de un inmueble que, debido a la escasez de viviendas en la excolonia, dormían en pequeños habitáculos (literalmente en jaulas). Ante la presión del gobierno, y con los medios de comunicación como testigos directos, el grupo unirá sus fuerzas ante su inminente desahucio.
La situación que en definitiva nos presenta Jacob Cheung es un enfrentamiento entre la dignidad humana (representada por el grupo de inquilinos) y la hipocresía del ser humano (ejemplificado en la clase política). Son dos fuerzas de desigual poder en la que los primeros sólo tienen su voz para intentar acallar el dominio del más fuerte. Aún así esos gritos son tan convincentes que Cheung consigue dar voz al desarraigado.
Los vecinos comparten sus risas, sus bromas, sus peleas, sus pensamientos...comparten hasta sonidos, pues al comenzar el día se escuchan distintos despertadores que demuestran que la privacidad no existe en sus vidas. La intimidad es algo que desconocen por su vida en comuna y es lo que primero echa en falta el político, que en un alto en su campaña publicitaria, pasa una noche con estas personas. Llama la atención cómo éste necesita asilarse del contexto, necesita huir de esa situación que le ha colocado su hipocresía. Por eso unos simples cascos con la música alta le sirven para “soportar” una noche con la pobreza y el hedor que se desprende de ella.
No obstante la dignidad del ser humano, aunque muchas veces no venza, consta de armas suficientes para hacerse notar. El desarraigado se une ante el desahucio, pasa momentos de fiesta – en los que expresa su auténtica libertad- y es portador de un arma imprescindible: la ironía o el sentido del humor. Pero Cheung no opta por el humor para aliviar el drama sino como un elemento más de reflexión social. La ironía le sirve para reflejar un hecho concreto, para expresar una realidad en donde la crudeza es tal ,que se vale de ella para apuntillar una verdad.
Por eso nos preguntamos ¿Es necesaria la demolición para el progreso de una ciudad? Jacob Cheung no da la respuesta, simplemente conmueve con una historia que nos obliga a reflexionar. Llama la atención sobre una realidad que la sociedad pasa por encima y lo hace con la valentía propia del que concibe el cine como conciencia social. Por ello pasea la cámara, a modo de contraste, por edificios históricos y emblemáticos de la ciudad de Hong Kong, que como entes aislados desconocen esa otra realidad y se levantan orgullosos entre sus habitantes.
El mismo comentó: “...las decisiones descansan en valores individuales que no miran hacia las clases más bajas. El futuro se está construyendo sobre endebles valores humanos...”
Lo paradójico de su historia radica en saber ¿quién realmente vive encerrado en una jaula? Estos hombres que valoran y aman su libertad y luchan unidos por ella, o el resto de la sociedad que les vuelve la cara, pero que son prisioneros de su propio consumo y, en definitiva, de los valores que la sociedad les ha ido marcando.
Mao, uno de los inquilinos sale de la prisión y termina en este edificio ocupando una de las jaulas, ¿no sigue en el fondo encerrado? A primera vista puede parecer que así es, pero Cheung se encarga de subrayar la evolución de su personaje y su preocupación por sus vecinos aún a pesar de formar parte del complot. Gracias a ellos ha entendido lo que es la libertad y la dignidad.
Con el desgarrador grito de uno de ellos, casi al final de la película, “ Oficial, por favor no rompa mi jaula” el director resume la esencia de su cine. Pues estos hombres podrán vivir una invasión y una destrucción de su estilo de vida, el único que se pueden permitir, pero desde su marginalidad toman fuerza para gritar a los gobernantes que les han abandonado ¿Qué será de ellos? Como hemos dicho antes Jacob Cheung no ofrece soluciones sólo muestra lo que muchos cierran los ojos para no ver.
La película está cercana a esa línea neo-neorrealista que algunos directores europeos tomaron en los años noventa, me viene a la cabeza Gianni Amelio con su magistral Lamérica o Ken Loach con Riff Raff, e inclusive Tavernier con Hoy empieza todo...en donde las cuestiones sociales eran retratadas con un realismo crudo con la finalidad del que desea remover la conciencia con un remo de púas.
Jacob Cheung apostó por un cine atípico en su cinematografía y se atrevió con algo que, afortunadamente, han continuado otros directores: hablar de personas reales atrapadas en un mundo real.
2 comentarios:
anoche desvelada descubrí a este director maravilloso viendo the battle of wits
voy a buscar más pelis de este autor
excelente!!!!
ana uriarte
gral villegas
bs as arg
Hola Ana
Jacon Cheung no tiene muchas películas pero las que ha dirigido están hechas con tal "humanidad" que nos parecen suficientes. Battle of wits, en el fondo es una oda al pacifismo y Cageman una lucha por dar al voz al que no puede gritar.
¡Que la disfrutes!
Hasta pronto
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