sábado, 25 de agosto de 2007

PELÍCULA.La nueva ola del cine taiwanés: Edward Yang nos ha dejado pero siempre nos quedará YI-YI














Hablar de Edward Yang es hablar del nuevo cine taiwanés, de su nueva ola y de la fusión perfecta entre la modernización y la tradición. Pero, desgraciadamente, también es hablar de un gran maestro que nos ha dejado en agosto de este año, con tan sólo 59 años de edad. Sirva como legado toda su obra, pero este blog tiene desde hace mucho tiempo esta película en su corazoncito. Yi Yi es más que un fresco de relaciones humanas, es más que un melodrama. Yi Yi es la radiografía más tierna y más real de las emociones humanas enriquecida con la mirada de distintas generaciones.

Yi Yi es el retrato de la vida




Yi Yi comienza con una boda, y como en toda boda hay un retrato de familia. Sus caras miran directamente a la cámara, pero la mirada de Yang se va a encargar de decirnos que no siempre tenemos una única perspectiva de la realidad, y que muchas veces no podemos abarcar nuestra existencia. ¿Qué pasa con las espaldas y los cogotes que no aparecen en esa foto?, ¿no pertenecen también a nuestra realidad? Y por el contrario no los vemos retratados.
Teniendo este análisis como telón de fondo, Edward Yang compone este magnífico fresco de relaciones humanas, interrelacionado con los avances de una sociedad capitalista en el Taipe actual.
Yi Yi ahonda en el misterio de la vida, muestra el dolor y la esperanza en ese devenir existencial en el que las personas se van haciendo camino. Se detiene en los momentos más íntimos de cada personaje y magnifica sus consecuencias según la edad del miembro de la familia.

La madurez, la iniciaciación y la inocencia representan las tres edades generacionales de esta familia, que se centra en el padre (NJ), la hija adolescente (Ting Ting) y el hijo de ocho años (Yang Yang).








La figura paterna revive su juventud bajo el prisma de la madurez. NJ sufre la nostalgia y la intensidad de los recuerdos tras el encuentro casual con su primer amor, pero los afronta bajo la tranquilidad y el reposo al comprender que, a veces, las segundas oportunidades no conllevan un cambio en la vida.
Sus recuerdos se fusionan con la iniciación de su hija, Ting Ting, en el primer amor. Las tímidas miradas, las manos sudorosas, los primeros besos son recordados por el padre y vividos por ella.
Y la inocencia del hijo pequeño marca el tono de la película. Al igual que el padre, que se enamoró de su primer amor en primaria, Yang Yang también experimenta ese rayo fulgurante que le ha traspasado el corazón. Y es esa mirada de Yang Yang la que traduce muchos de los interrogantes que "sufren" todos los miembros de esta familia. Mediante una cámara fotográfica, con la que remarquemos que no se refleja una realidad global, Yang Yang es consciente del único punto de vista de su objetivo, así que decide retratar las nucas de las personas para ayudarles en la visión de conjunto de sus problemas.

Quizá Edward Yang quería decir que muchas veces las personas no somos conscientes de la vida que llevamos, pues carecemos de distintas perspectivas, y quizá quiso subrayar que el mundo es muy diferente a cómo creíamos que era. Por eso, en determinadas escenas, el espectador no es testigo de algunas emociones de los protagonistas. Por ejemplo, cuando el padre NJ se encuentra casualmente con su primer amor, en ningún momento somos testigo de su cara, no podemos ver la expresión de sus sentimientos, ni nos podemos acercar a sus emociones.


O, centrándonos en la hija, su existencia sólo tiene la perspectiva de lo que le está ocurriendo a ella, y vive desorientada con respecto a su primer amor que se mueve en un mar de confusión que incluso que le llevará al asesinato.


Todos los personajes se encuentran imbuidos en la intercidumbre. Todos sienten la necesidad de hablar, contar sus problemas y desenterrar sus emociones... pero eso resulta tan difícil, que ni siquiera lo consiguen cuando deben hablar a su abuela que acaba de sufrir un infarto y se encuentra en coma.

No obstante, la vida es como un cuadro de múltiples perspectivas y se compone de pequeñas cosas, de momentos tristes y felices, de lágrimas y de sonrisas, de recuerdos y de acciones... como si existiese esa cámara perfecta que todo pudiese retratar y a la que todo pudiéramos contar, y siempre nos escuchase.



Al ver Yi Yi, la vida de esta familia se abre en carne viva hasta lo más profundo de sus emociones, hasta sus nostalgias más íntimas, hasta las palabras que muchas veces no contaron a a nadie. Este fresco realista quizá se mueva en las etiquetas del melodrama, pero con la profundidad de un realismo y un respetuoso distanciamiento de la cámara que no fuerza el drama, sino que más bien, acaricia las emociones. Los pequeños gestos afectivos hablan desde la cotidianidad y el cariño, en una vida de la que cada personaje tiene su propia perspectiva.

Una vida que es descubrimiento desde cualquier edad y una vida que se puede mirar desde múltiples maneras.

Yi Yi es un magnífico legado de Edward Yang, y a buen seguro que éste director fue un hombre muy feliz, porque rememorando las palabras del padre de nuestra película: "cómo no ser feliz si uno ama lo que hace".






Y Yang amaba mucho el cine













Nuria Álvarez Macías
















1 comentario:

Anónimo dijo...

El blog me parece estupendo en general, aunque he decidido hacer el comentario en esta película concretamente por la atracción que ha producido en mi el cartel, tan diferente de los otros, tan simple y complejo a la vez. Una nuca un enigma, tendré que apuntarla en mi lista de "must seen".


Fátima N.