lunes, 10 de noviembre de 2008

One night in Mongkok de Derek Yee: ¿por qué se llama a Hong Kong el puerto de los aromas?



Derek Yee es, en la actualidad, uno de los directores más sólidos y contundentes del panorama cinematográfico hongkonés. En él encontramos gran parte de la historia del cine de la excolonia: actor en nómina de la antigua productora Shaw Brothers, acertado productor, y prolífico director que se atreve con todos los géneros. La comedia de corte romántico (Drink, drank,drunk), la comedia más ácida con una tamizada reflexión social (Viva erótica), el melodrama de corte tradicional (C ést la vie, mon cherie) o el thriller, se enriquecen con su particular visión de la sociedad, que sin llegar a ser demasiado áspera, se tiñe con unas cuidadas dosis de sarcasmo y sobriedad.
En sus últimas películas, dos magníficos trihllers (One night in Mongkok y Protege) reinventa y redefine el cine negro hongkonés.




Quizá, One nignt in Mongkok recoja el testigo de thriller policíaco de los años ochenta, pero su lectura como simple pastiche, o resultado evolutivo de un género, no hace justicia a esta producción que desarrolla, profundiza y secciona, una realidad alejada de todo efecto exhibicionista al aproximarse a una mirada sobria y reflexiva.
Es cierto que la historia y los personajes pueden estar encerrados en el cliché del cine de policías y criminales. Pero, si bien hallamos los convencionalismos propios del género: un destacamento de policía encargado de dar caza a un asesino, asesino neófito con su propio código moral, prostituta que ayuda y, en parte, redime al criminal, y persecución que concluye hasta darle caza; también encontramos un punto de reflexión que nos corrobora que One night in Mongkok va mucho más allá.


Por encima de todos sus protagonistas destaca uno con letras mayúsculas: la ciudad de HONG KONG. Mongkok, uno de los barrios más poblados del planeta, se nos presenta como un tapiz de oscuras callejuelas, de submundos sombríos, de claustrofóbicos recovecos... que envuelven a unos personajes, reales, que vagan buscando su propia verdad en un contexto que se les vuelve adverso.
Al igual que la moneda que, al comienzo de la película, cae y desciende por la alcantarilla, el espectador comparte el descenso a los infiernos. Un Hong Kong desangelado que Derek Yee nos muestra a medio camino entre el afán descriptivo y la reflexión social. Un Hong Kong, extremadamente duro, que al mismo tiempo tiene la capacidad de transmitir la calidez de la “tierra de oportunidades”. Una ciudad que puede convertirse en el sueño de muchos emigrantes. Un Hong Kong que a pesar de su crudeza recibe la mirada imparcial de la cámara de Yee.

One night in Mongok es lo que su título nos sugiere, un paseo por sus calles pobladas, donde el thriller se empaca de personajes individuales, humanos, cansados, rotos, esperanzados, hundidos, humillados, valientes y, por encima de todo, verosímiles.
Personajes que viven con sus miserias y sus ilusiones, que se asfixian en una ciudad donde el hedor puede más que los fragantes aromas por los que antaño se conocía a la ciudad de Hong Kong.
Y si el espectador no cae en esta paradoja el propio Derek Yee se encarga de lanzarle una pregunta directa en boca de la prostituta de su historia: ¿por qué llaman a Hong Kong el puerto de los aromas? La respuesta no necesita más matices, la respuesta está en sus propias calles que destilan la fetidez propia de la corrupción, pero también la luz de la esperanza, que expresan la caída pero también el ascenso, que se mueven entre la supervivencia y el desgarro.

Yee retrata Hong Kong fiel a su estilo: con una cuidada narrativa en la que alterna ágiles movimientos de cámara con un ritmo más lento, que al detenerse en los detalles, consigue llegar hasta los rincones más íntimos. Aborda un análisis detallado de la historia que roza, en algunos momentos, el tono documental, y subraya el acento emocional que humaniza a sus personajes al dotarles de compostura. Derek Yee demuestra que es posible redefinir el cine negro de la excolonia a partir de una mirada sobria y reflexiva.

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