La redefinición de códigos que está experimentado el actual cine negro hongkonés llega a su máxima expresión con el cine de Soi Cheang. Un director que ha comenzado un camino a contracorriente sin basarse en normas preestablecidas.
Sus primeros trabajos se vinculan con los directores Andrew Lau (Infernal Affairs) y Wilson Yip (Bullets over the summer) en labores de asistencia en la dirección, pero tras conseguir la plena autoría en sus obras aparece ante nosotros el Cheang más trasgresor que hace suyo el lema: “la existencia de un cine sin normas”.
Su película Love Battlefied y, sobre todo, Dog bit dog son dos excelentes ejemplos para guiarnos por este camino tan personal que ha decidido tomar este director. Si bien Love Battelefield (una historia de amor que se perfila como un drama pero que desemboca en una acción intensa, con dosis de una medida violencia,y que finaliza en tragedia), se perfila como un ensayo para su siguiente película Dog bit dog, en esta Soi Cheang nos asombra con crudo realismo donde la violencia, alejada de todo peso exhibicionista, se convierte en la protagonista que acentúa la existencia y muestra el más descarnado pathos humano.
Como hemos apuntado en Love Battelfield ya se vislumbran algunos de los rasgos más característicos en la filmografía de Soi Cheang: un estilo realista, cargado de austeridad narrativa, que evita cualquier teatralidad al poner el énfasis en unos personajes dotados de una humanidad, construida por las emociones complejas, que albergan en cada individuo.
Con Dog bit dog, Soi Cheang, ahonda más en esta mirada que muestra -con el mayor desgarro posible- la expresión del pathos, entendido como la expresión del sufrimiento existencialista.
El protagonista es un joven camboyano, criado en la miseria, que es adiestrado para convertirse en una máquina de matar, como si de un perro se tratara. De forma paralela, un joven policía se ve inmerso en la investigación de una de las matanzas del “perro”. Ahí se inicia una persecución que llevará a ambos a una lucha final, que Cheang escenifica, como una auténtica pelea de rottweillers.
Sus primeros trabajos se vinculan con los directores Andrew Lau (Infernal Affairs) y Wilson Yip (Bullets over the summer) en labores de asistencia en la dirección, pero tras conseguir la plena autoría en sus obras aparece ante nosotros el Cheang más trasgresor que hace suyo el lema: “la existencia de un cine sin normas”.
Su película Love Battlefied y, sobre todo, Dog bit dog son dos excelentes ejemplos para guiarnos por este camino tan personal que ha decidido tomar este director. Si bien Love Battelefield (una historia de amor que se perfila como un drama pero que desemboca en una acción intensa, con dosis de una medida violencia,y que finaliza en tragedia), se perfila como un ensayo para su siguiente película Dog bit dog, en esta Soi Cheang nos asombra con crudo realismo donde la violencia, alejada de todo peso exhibicionista, se convierte en la protagonista que acentúa la existencia y muestra el más descarnado pathos humano.
Como hemos apuntado en Love Battelfield ya se vislumbran algunos de los rasgos más característicos en la filmografía de Soi Cheang: un estilo realista, cargado de austeridad narrativa, que evita cualquier teatralidad al poner el énfasis en unos personajes dotados de una humanidad, construida por las emociones complejas, que albergan en cada individuo.
Con Dog bit dog, Soi Cheang, ahonda más en esta mirada que muestra -con el mayor desgarro posible- la expresión del pathos, entendido como la expresión del sufrimiento existencialista.
El protagonista es un joven camboyano, criado en la miseria, que es adiestrado para convertirse en una máquina de matar, como si de un perro se tratara. De forma paralela, un joven policía se ve inmerso en la investigación de una de las matanzas del “perro”. Ahí se inicia una persecución que llevará a ambos a una lucha final, que Cheang escenifica, como una auténtica pelea de rottweillers.
Uno de los puntos, más novedoso de su cine, es la presencia de ese sufrimiento en un mundo depresivo y pesimista que se muestra tal cual es en su crudeza. El pesimismo ya no se camufla en la ironía (véase por poner un ejemplo A hero never dies y su redefinición de los arquetipos en el cine negro de acción), ni en la acción como espectáculo para suavizar la escasa moralidad de la sociedad (cualquier película de Benny Chan), con Soi Cheang el pesimismo es desgarrador y sombrío, más cercano a esa línea que desarrolla Derek Yee (One night in Mongkok), pero acentuando aún más su acritud.
Los personajes que compone Cheang están moralmente en quiebra , vagan por una sociedad descarnada, y se nos muestran como víctimas pero también como verdugos. La persecución entre el asesino , cuya vida ha sido únicamente un entrenamiento para matar, y el policía demuestra que los conceptos de justicia y maldad se entremezclan al igual que las motivaciones entre los perseguidos y los que persiguen.
Dentro de ese cine sin normas, en Dog bit dog, no hay heroísmo, pues la existencia se convierte en una metáfora del infierno en donde todos se saben incluidos. Su final - como se ve en esa impresionante secuencia final donde el asesino y el policía, sin identificarse bien los roles de cada uno, luchan en una auténtica pelea de perros- culmina en el momento en que ambos se devoran, pero al mismo en el instante en que también son engullidos por su sociedad.
Muchos críticos han tachado a Dog bit dog de ultraviolenta. Paradojas de la vida, pues Hong Kong ha cultivado y ha asumido la Categoría III (muestra de la violencia y el sexo de la forma más explícita posible) como un tipo más de su cine, que muestra un producto con un nivel prácticamente de manufactura, sin importarle la calidad o los parámetros morales.
Por el contrario, y polémicas al margen, Soi Cheang propone una violencia real, sin artificios, recayendo la responsabilidad de su existencia en una sociedad que permite las desigualdades y la existencia de niños que son adiestrados para matar, donde a la larga el concepto de la justicia se interpone con la existencia del individuo que puede llegar a perder sus ideales en una sociedad que confunde, fusiona y elimina los roles del bien y del mal.
Sin lugar a dudas, la cruda realidad, el pathos, y ese nadar a contracorriente definen la obra de Soi Cheung, al mismo tiempo que, con estos elementos, redefine el cine de la excolonia.
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