A Derek Yee muchas veces se le ha tachado de pesimista. Su crónica del Hong Kong actual, que desde nuestro punto de vista pasa por una mirada sobria y reflexiva, no tiene porqué sugerir esa visión pesimista o melancólica que se le indica. No obstante, no sabemos si por casualidad o siendo plenamente consciente de sus actos, después del éxito de One Ninght in Mongok, Yee se metió de ello en una historia sencilla sobre los amores de la juventud y sus consecuencias.
Una historia universal que, al igual que en una vieja novela, nos transportaba a la unión de clases sociales distintas, al enfrentamiento generacional, al primer amor y al paso de la adolescencia a la madurez.
Derek Yee demostraba así que, aparte de ser uno de los grandes maestros del melodrama, podía realizar una película vital pero anclada en la realidad. De ahí que a su obra se le pueda tachar como pesimista, pero ¿no es la realidad un barómetro perfecto para mostrar la ficción más auténtica?
Yee abre a su historia presentando a dos jóvenes, de clases sociales distintas, que comienzan a vivir su particular historia de amor. Ella pertenece a una familia de prestigiosos abogados, y él es el hijo de un conductor de autobús de la clase obrera que vive en el difícil barrio de Mongkok. Pero el amor a los dieciséis años no entiende de élites ni de suburbios, así que su juvenil e inmaduro amor dará como resultado el embarazo de ella.
Derek Yee no nos descubre nada nuevo, es más, su historia se mueve en los cánones del melodrama tradicional. Pero a pesar de que parezca que ya está todo dicho Yee nos sorprende con una fórmula que funciona. Su éxito radica en la sinceridad con que nos acerca a sus protagonistas, en la cotidianidad con la que nos enmarca una serie de temas, y sobre todo sus personajes no parecen ingenuos sino realistas.
La rebeldía de los adolescentes, la inmadurez de éstos, la incomprensión de los padres, el querer vivir sus vidas a través de los hijos... adquieren tal grado de credibilidad que en parte sea por la estupenda selección de actores con la que cuenta.
Uno de los enfrentamientos más redondos, sin lugar a dudas, es el de los dos padres: Anthony Wong (el altivo padre abogado) y Eric Stang (el risueño a la vez que cascarrabias conductor de autobús). La credibilidad marca los ejes por los que pasa esta historia, al mismo tiempo que también deja algunas huellas propias de Yee.
Por ejemplo, no es la única película en la que el director muestra un afecto especial por la clase obrera, recordemos Lost in time, donde de nuevo el protagonista era un conductor de autobuses y la historia también se teñía del melodrama propio de Yee. En 2 young, la familia obrera vive con sus estrecheces pero también conviven con su felicidad. Quizá muchas veces se hablen a gritos pero transpiran una vida de la que carecen la familia de alto standing. En esta última los silencios en las comidas, o las ausencias de los progenitores se eternizan tanto que parecen autómatas que pasean por su realidad.
Yee tampoco otorga toda la culpa de su inmadurez, y sobre todo de ese embarazo a los dos jóvenes. Como el defiende: “no es sólo una película para los adolescentes, pues también implica a los padres”. La ingenuidad que un principio experimentan evoluciona hasta un férreo sentido de la responsabilidad. Por ello, cuando deciden huir ante la negativa de sus padres por comprender la situación y separarles, el chico tomará la decisión de ponerse a trabajar. Una situación que le sirve a Derek Yee para subrayar la dificultad del mercado laboral en Hong Kong.
Al recalcar el director que no es sólo una película para adolescentes, en un trazo paralelo también nos está queriendo decir que cada generación repite los mismos errores. Su prioridad residió en mostrar las perspectivas de los distintos personajes ante el conflicto: los jóvenes con sus rebeldía propia de la juventud, y los mayores anclados en sus recuerdos y en sus propios tropiezos. La resolución no queda cerrada, bien es cierto que al final los jóvenes terminan juntos con su niño en brazos, pero es aún más real que, como muy bien se alude en el film, muchos de los matrimonios jóvenes con niños acaban en divorcio transcurridos cuatro o cinco años.
Yee construye unos personajes realistas que se mueven en un contexto de amor, de esfuerzo y de responsabilidad, cómo queriendo decir que puede existir otra juventud en Hong Kong más allá de la delincuencia ,tan habitual, que se nos describe en las películas en torno al barrio de Mongkok. Aunque bien es cierto, que en muchas ocasiones, los jóvenes sólo tienen como única alternativa el ingreso en la tríada.
Una historia universal que, al igual que en una vieja novela, nos transportaba a la unión de clases sociales distintas, al enfrentamiento generacional, al primer amor y al paso de la adolescencia a la madurez.
Derek Yee demostraba así que, aparte de ser uno de los grandes maestros del melodrama, podía realizar una película vital pero anclada en la realidad. De ahí que a su obra se le pueda tachar como pesimista, pero ¿no es la realidad un barómetro perfecto para mostrar la ficción más auténtica?
Yee abre a su historia presentando a dos jóvenes, de clases sociales distintas, que comienzan a vivir su particular historia de amor. Ella pertenece a una familia de prestigiosos abogados, y él es el hijo de un conductor de autobús de la clase obrera que vive en el difícil barrio de Mongkok. Pero el amor a los dieciséis años no entiende de élites ni de suburbios, así que su juvenil e inmaduro amor dará como resultado el embarazo de ella.
Derek Yee no nos descubre nada nuevo, es más, su historia se mueve en los cánones del melodrama tradicional. Pero a pesar de que parezca que ya está todo dicho Yee nos sorprende con una fórmula que funciona. Su éxito radica en la sinceridad con que nos acerca a sus protagonistas, en la cotidianidad con la que nos enmarca una serie de temas, y sobre todo sus personajes no parecen ingenuos sino realistas.
La rebeldía de los adolescentes, la inmadurez de éstos, la incomprensión de los padres, el querer vivir sus vidas a través de los hijos... adquieren tal grado de credibilidad que en parte sea por la estupenda selección de actores con la que cuenta.
Uno de los enfrentamientos más redondos, sin lugar a dudas, es el de los dos padres: Anthony Wong (el altivo padre abogado) y Eric Stang (el risueño a la vez que cascarrabias conductor de autobús). La credibilidad marca los ejes por los que pasa esta historia, al mismo tiempo que también deja algunas huellas propias de Yee.
Por ejemplo, no es la única película en la que el director muestra un afecto especial por la clase obrera, recordemos Lost in time, donde de nuevo el protagonista era un conductor de autobuses y la historia también se teñía del melodrama propio de Yee. En 2 young, la familia obrera vive con sus estrecheces pero también conviven con su felicidad. Quizá muchas veces se hablen a gritos pero transpiran una vida de la que carecen la familia de alto standing. En esta última los silencios en las comidas, o las ausencias de los progenitores se eternizan tanto que parecen autómatas que pasean por su realidad.
Yee tampoco otorga toda la culpa de su inmadurez, y sobre todo de ese embarazo a los dos jóvenes. Como el defiende: “no es sólo una película para los adolescentes, pues también implica a los padres”. La ingenuidad que un principio experimentan evoluciona hasta un férreo sentido de la responsabilidad. Por ello, cuando deciden huir ante la negativa de sus padres por comprender la situación y separarles, el chico tomará la decisión de ponerse a trabajar. Una situación que le sirve a Derek Yee para subrayar la dificultad del mercado laboral en Hong Kong.
Al recalcar el director que no es sólo una película para adolescentes, en un trazo paralelo también nos está queriendo decir que cada generación repite los mismos errores. Su prioridad residió en mostrar las perspectivas de los distintos personajes ante el conflicto: los jóvenes con sus rebeldía propia de la juventud, y los mayores anclados en sus recuerdos y en sus propios tropiezos. La resolución no queda cerrada, bien es cierto que al final los jóvenes terminan juntos con su niño en brazos, pero es aún más real que, como muy bien se alude en el film, muchos de los matrimonios jóvenes con niños acaban en divorcio transcurridos cuatro o cinco años.
Yee construye unos personajes realistas que se mueven en un contexto de amor, de esfuerzo y de responsabilidad, cómo queriendo decir que puede existir otra juventud en Hong Kong más allá de la delincuencia ,tan habitual, que se nos describe en las películas en torno al barrio de Mongkok. Aunque bien es cierto, que en muchas ocasiones, los jóvenes sólo tienen como única alternativa el ingreso en la tríada.
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