domingo, 5 de julio de 2009

Lost. Indulgence de Zhang Yibai: las vidas que se quedan en el Yang-Tse









Zhang Yibai es uno de los directores chinos de mayor proyección en occidente. Formado en la televisión, y dando muestra un lenguaje experimental en el video-clip, Yibai ha desarrollado su obra desde dos constantes: la ciudad y la dificultad en la comunicación. Ya en su ópera prima, Spring away (2002) el escenario urbano y la incomunicación de sus personajes se han ido hilvanando a ratos con lo onírico, a ratos con la amargura de la realidad, dando vida a guiones potentes que han combinado el drama y el suspense a partes iguales. Su siguiente película, Curiosity kill the cat, fue una muestra de ello al mismo tiempo que jugaba con la narración y se olvidaba de la filmación clásica o convencional. Tras un pequeño paso por la comedia teñida de melancolía y con toques dramáticos (The longest night in Shangai) , Yibai ha vuelto a sus inquietudes iniciales con la magnífica Lost. Indulgence, que cercana al trabajo de la Sexta Generación del cine chino, nos sorprende con una historia sobre la amalgama de sensaciones, sobre el caos de unas existencias que comienzan a vivir, tras afrontar la pérdida de uno de ellos.


Lost. Indulgence se mece en los principios de la Sexta Generación, y decimos se mece porque toca de fondo uno de sus principales elementos transgresores: la ciudad como un cruce de caminos entre las reformas aperturistas y la convivencia con un pasado tradicional.
Yibai retrata a la ciudad de Chongqing en un marco en el que su contemporaneidad está sujeto a una incompleta modernidad. La ética de la mirada de Yibai recae en esa ciudad donde las montañas demolidas y las nuevas montañas de ladrillo se alzan al unísono y muestran un paisaje deshumanizado. Las personas que habitan en ese marco conviven con la opacidad, a medio camino entre la amargura y la conformidad.
Esta es la ciudad en donde un taxista vive con su mujer y su hijo, esta es la ciudad por la que cruza el río Yang-Tse – cuyo puente está en construcción- y en la que las prostitutas se ganan duramente la vida. Este es el paisaje en el que, en definitiva, Yibai ubica su historia.

Eric Stang, en una corta aparición, da vida a Wu Tao, taxista de profesión que tras sufrir un accidente cae a las aguas del Yang-Tse. En ese mismo taxi iba Su dan (Karem Mok) que aún a pesar de sobrevivir, se encuentra hospitalizada con una de sus piernas inmóvil.
Ante la imposibilidad de cobrar de inmediato el seguro de su marido, la mujer de Stang (Wenli Jiang) se hará cargo de Su dan y la acogerá en su casa durante la convalecencia.
Desde ese instante los personajes van a hablar más por sus silencios que por sus acciones. Las emociones de los personajes son raramente percibidas y la historia abrirá paso a una serie de interrogantes entre la relación del padre y la prostituta que, el espectador, no necesariamente tiene que llegar a descubrir.
Los vínculos que establecen entre la madre, el hijo y su huésped pasan por una evolución y un aprendizaje necesario para el adolescente. Las emociones, e inclusive las situaciones, no se perciben como tal. Por ello muchas veces las canciones, como elemento diegético –es decir como elemento interno en la propia película que forma parte de lo narrado- perfilan aquello que los personajes son incapaces de expresar.

Así todas las dudas, toda la confusión y toda las nuevas experiencias para un adolescente se visualizan en la letra de una canción que, curiosamente, su padre estaba escuchando antes de caer a las aguas del río: “Ten cuidado con las espinas de las rosas que vendrán”.

El joven deberá hacer frente a los problemas propios de su juventud, como los corazones rotos o la incomunicación con su madre, pero sobre todo deberá hacer frente a su vida después de la muerte de un ser querido. Un padre del que tampoco tenía una imagen idílica pero del que fervientemente desea ocupar su puesto. Aún a pesar de confesar a su huésped que su padre le castigaba duramente y no trataba bien a su madre ¿por qué insiste en vestirse como él? ¿ por qué quiere coquetear con la mujer que él sospecha que estaba con su padre? ¿por qué se está enamorando de ella?
En este aprendizaje, en esta ventana abierta hacia la madurez, el padre asiste presidiendo con su retrato toda su evolución. Y lo hace como un espectador omnipresente que, a través de su fotografía, se permite el lujo de mostrarnos sus distintos estados de ánimo según la tensión va en aumento o disminuye.
Su madre por el contrario presencia, asustada, el flirteo entre su hijo y la prostituta. Y Zhang Yibai traduce sus temores con la siguiente letra de esta canción: “ me estoy enamorando de un joven”. Pero sólo es un tormento hacia su hijo, o por el contrario ¿está ella implicada en estas palabras? Ella también ha conocido a un joven y el espectador desconoce su grado de implicación en la historia.

Por otro lado, y fiel a su cine, Zhang Yibai juega con la narración convencional. Compone su historia mediante pequeños capítulos interrelacionados que avanzan y retienen la acción sin guiarnos a un final tradicional, porque ¿es importante saber lo que ha pasado?, ¿es importante saber la relación entre el taxista y la prostituta? ¿es todo invención para paliar el dolor de la pérdida? ¿es todo verdad? Poco importa pues los personajes son tan potentes, sus emociones tan subterráneas como férreas, que la clave radica en ese retrato tan perfecto de personas que pueblan una ciudad como Chongqing. Vidas que pueden parecer grises y deshumanizadas pero que, muy al contrario, son capaces de explorar sus sentimientos sin necesidad de la palabra ni de la acción.

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