lunes, 22 de febrero de 2010

El rey de las máscaras de Wu Tianming: “...el mundo puede ser muy frío sin sentimientos...”





La generación anterior a la conocida Quinta Generación del cine chino, la cuarta, se ha visto eclipsada por los éxitos internacionales de directores como Zhang Yimou o Chen Kaige. Quizá por ello la obra de Wu Tainming, uno de los grandes representantes de la cuarta, no tenga el reconocimiento que merezca.
La cuarta generación del cine chino se vio influenciada por la reanimación económica y social que experimentó China en la década de los años setenta. Con la recuperación de los estudios estatales las películas, insufladas de una tímida libertad creadora, comenzaron a profundizar en la personalidad de los protagonistas, al mismo tiempo que describían el sufrimiento de la gente corriente, aunque sin poder apartarse de un fuerte toque academicista.
Wu Tianming, al que la mayoría de los directores de la Quinta generación le consideran “el padrino”, se vio influenciado por el denominado “realismo social” gracias a sus estudios de cine en la Unión Soviética. Con los años, sobre todo por su exilio en el año 1984 a Estados Unidos por sus controversias con el gobierno chino, se ha centrado en un cine más intimista con historias sencillas llenas de simplicidad y belleza.


Aún a pesar de exponer temas tan actuales y sobrecogedores en las sociedades contemporáneas como la soledad, las injusticias, la compra y venta de menores, o el declive de las tradiciones; El rey de las máscaras es, sencillamente, una fábula.
Un cuento que une exotismo y realidad a partes iguales, y que se enmarca entre las máscaras del arte y las máscaras de la vida.

La historia se ubica en la localidad de Sinchuan, famosa por la ópera china que lleva su nombre. Allí un anciano artista callejero, Wang, despliega su arte frente a un grupo de espontáneos espectadores.
Wang es conocido en toda la comarca por el sobrenombre de “el rey de las máscaras” y su espectáculo consiste en cambiarse vertiginosamente las máscaras en su rostro. Casualmente el artista más aplaudido de la localidad, especializado en hacer el papel de mujer en la ópera, se quedará fascinado por su arte y le pedirá que se lo enseñe. No queriendo ser descortés el anciano se negará a difundir la tradición de las máscaras, al mismo tiempo que se dará cuenta de su existencia solitaria y de la imposibilidad de enseñar su arte a su descendientes.
Ilusionado adoptará un niño, pues sólo a los hombres puede enseñarles el arte de las máscaras, sin darse cuenta que en realidad es una niña que finge ser varón. Pero, quizá, el cariño que se establece entre ambos no sea suficiente para iniciar una nueva vida como abuelo y nieta.

Si bien es cierto que El rey de las máscaras sea un cuento, la crudeza con la que nos describe algunos pasajes nos acerca a la China de los años treinta en dónde se inserta la historia. Para empezar el viejo Wang representa la nostalgia “dañina” de un mundo a punto de extinguirse. Un mundo que encela sus tradiciones y se ampara en el inmovilismo, de ese mundo en el, en definitiva, no es fácil nacer mujer en China.
Pues aún a pesar de llorar por su soledad, su mujer le abandonó hace años y su hijo murió siendo un niño, el anciano se muestra firme y egoísta al sólo querer enseñar su arte a un varón. El hecho de encariñarse con una niña, aunque también debemos señalar cómo ésta en determinadas ocasiones se relaciona con él bajo un régimen de semi-esclavitud, no le aparta de su objetivo inicial de adoptar un niño para enseñarle su arte.
Rechaza bruscamente a “pichón” (nombre que le dio cuando creía que era un niño) y se enfada con su destino.
Por otro lado, la historia de “pichón” se enmarca en el sufrimiento y el destino aciago que sufren muchas niñas en China al traficar con sus vidas y comerciar con sus sentimientos. Por ello, vendida al viejo artista, se creará un vínculo afectivo con él por el simple hecho de tratarla bien.

Este es el estrato de la sociedad más bajo, poblado por callejuelas inmundas con seres inocentes y desamparados, en dónde el rey de las máscaras despliega su arte. Pero convive con él otro escalón más alto, el de los gobernantes y los soldados que adoran el arte e idolatran al artista que se viste de mujer para la ópera. Pero, como la vida misma, ambos se compenetran. Así, el actor de la ópera, al que denominan “la Piedad viviente” representa una escena en donde se sujeta de una cuerda al vacío, y amenaza con cortarla para exigir justicia; Pichón recreará esa misma escena en la vida por la injusticia que se ha cometido por su jefe (pues todavía no se atreve a llamarlo abuelo). La máscara de la ficción se interpone con la de la vida ¿o viceversa?

Por todo ello la historia se tiñe de crueldad y fábula entre el realismo de las callejuelas y el exotismo de la ópera. Y como en toda fábula, el final nos subraya los sentimientos, porque El rey de las máscaras es una película de afectos, pues tal y como dice el actor de la ópera: “...el mundo puede ser muy frío sin sentimientos, ¿qué sería de la vida sin ellos?...”

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