La representación femenina de la Segunda Ola del cine hongkonés vino de la mano de dos de las directoras más interesantes de los últimos años como son Mabel Cheung y Clara Law. Ambas centraron sus miradas en los problemas y las consecuencias de la emigración, en un mundo global que comenzaba a sobrevivir alejado de la tradición.
Clara Law nación en Macao y con pocos años de edad se trasladó a Hong Kong donde estudió Imagen y dio sus primeros pasos en productoras locales. Con el traspaso de Hong Kong a China decidió emigrar a Australia y comenzar allí una nueva carrera.
La temática de la emigración, la compleja relación entre la modernidad y la tradición y, sobre todo, la pérdida y recuperación de la identidad, han sido las constantes que más se han repetido en su filmografía.
Sus películas se mecen en un ritmo pausado donde la imagen adquiere la forma de la poesía para plasmar todo lo que las palabras no pueden decir, al mismo tiempo que los diálogos se convierten en el hilo imprescindible para desarrollar su obra. Paradójicamente, Luna de Otoño, que es una película de diálogos, sus protagonistas no se puede relacionar en un mismo idioma y utilizan el inglés como el puente necesario para su entendimiento.
Por ello en su cinematografía todo fluye más allá de las palabras.
Dos personajes, separados por la edad, se conocen en un Hong Kong cosmopolita y epicentro de tradiciones. Él, Tokio, es un turista japonés que llega a la excolonia con el pretexto de encontrar un buen restaurante para degustar la comida china. Ella, Pui Wai, es una adolescente tranquila que vive con su abuela hasta reunirse con sus padres que la esperan en Canadá.
Clara Law nación en Macao y con pocos años de edad se trasladó a Hong Kong donde estudió Imagen y dio sus primeros pasos en productoras locales. Con el traspaso de Hong Kong a China decidió emigrar a Australia y comenzar allí una nueva carrera.
La temática de la emigración, la compleja relación entre la modernidad y la tradición y, sobre todo, la pérdida y recuperación de la identidad, han sido las constantes que más se han repetido en su filmografía.
Sus películas se mecen en un ritmo pausado donde la imagen adquiere la forma de la poesía para plasmar todo lo que las palabras no pueden decir, al mismo tiempo que los diálogos se convierten en el hilo imprescindible para desarrollar su obra. Paradójicamente, Luna de Otoño, que es una película de diálogos, sus protagonistas no se puede relacionar en un mismo idioma y utilizan el inglés como el puente necesario para su entendimiento.
Por ello en su cinematografía todo fluye más allá de las palabras.
Dos personajes, separados por la edad, se conocen en un Hong Kong cosmopolita y epicentro de tradiciones. Él, Tokio, es un turista japonés que llega a la excolonia con el pretexto de encontrar un buen restaurante para degustar la comida china. Ella, Pui Wai, es una adolescente tranquila que vive con su abuela hasta reunirse con sus padres que la esperan en Canadá.
Un encuentro fortuito entre ambos, a medio camino entre los gestos y las frases en inglés, irá fraguando una amistad sincera que, consciente o inconscientemente, irá explorando la pérdida de la identidad en Tokio, y el intenso e inocente de deseo de vivir, en Pui Wai.
Tokio ha sentido la necesidad de viajar porque su alma se encontraba atrapada. Así se lo explica a su nueva amiga y ella le contesta con una frase hecha en cantonés: “Hay que abrir el corazón”. Curiosamente Tokio está en un proceso de rescatar su alma y lo está experimentando en tierra extranjera y con la ayuda de una adolescente que le ofrece ir a su casa para que pruebe la comida de su abuela. La recuperación de la identidad de Tokio será un proceso amargo, pero endulzado por su nueva amiga.
La presencia de la abuela, y su casa, son los ejes donde fluyen las tradiciones enfrentadas a la modernidad y a la globalización que imperan en la sociedad. Tokio comienza a entender cómo la importancia de los recuerdos, en donde la mayoría de las veces reside el amor, se convierten en los asideros necesarios para, cuanto menos, buscar su identidad.
Pui Wai, su nieta, parece que ya lo ha entendido. Se encuentra pesarosa ante su inminente marcha a Canadá porque tendrá que abandonar a su abuela (la tradición) y dirigirse a otro destino. Por ello sentada junto a Tokio en su restaurante favorito: un Mac Donalls, él le comenta que no se preocupe que esa cadena está en todo el mundo, a lo que ella le mira incrédula porqué él no entiende que por muchos Mac Donalls que haya, en ése únicamente tiene el recuerdo de sus amigos y su familia celebrando sus cumpleaños.
Ambos son conscientes de estar viviendo entre la globalización (el invierno) y la tradición (el verano), por ello se han encontrado en esa estacional otoñal idónea para reparar almas y para contagiarse de las ilusiones de la vida. En ese otoño ellos han conseguido entenderse, aún con la dificultad del idioma, y han vuelto a sentir y a llorar. Aunque cómo dice Tokio: “el otoño también seca las lágrimas”, porque él ya ha recorrido un camino que ella tiene que empezar a vivir. Por eso es tan importante que en su nuevo destino no se olvide de las tradiciones (de su abuela) ni de los sentimientos más puros.
Al comienzo de la película Tokio mira a Hong Kong con los ojos de un turista, y en su video cámara reproduce, en chocantes planos contrapicados, los enormes edificios de la ciudad. Pero en sus últimos compases ambos amigos celebran, bajo la tranquilidad de la luz de la luna, el Festival de Otoño, donde se encienden faroles y se comen pasteles con forma que de luna que representan la unión de la familia.
Un Hong Kong que también tiene cabida en medio de tanto rascacielos.
Clara Law nos aporta un cuadro de la existencia ligada con el nomadismo, pero también con la importancia de la identidad y de los sentimientos. Tokio rescata su alma en tierra extranjera a través de la amistad con Pui Wai, y la luna otoñal es testigo de ese paréntesis en el tiempo donde se han encontrado dos almas afines.
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