lunes, 2 de agosto de 2010

Pushing hands de Ang Lee: “…parece que no hay lugar para mí en tu casa…”








El cine de Ang Lee representa uno de los puentes más interesantes entre Oriente y Occidente. Nacido en Taiwán en 1954 se trasladó a los Estados Unidos donde cursó estudios cinematográficos en Illinois y en la Universidad de Nueva York. Allí asimiló los convencionalismos de la narración occidental a la que anexionó sus particulares temáticas y tradiciones. Por otro lado Lee siempre ha reconocido la influencia del director japonés Ozu sobre todo en lo relativo a la presentación de las relaciones familiares y las dificultades en la perdurabilidad de los valores. Quizá esta presencia se manifieste más en sus primeras películas compuesta por la maravillo trilogía que podemos denominar “entre Oriente y Occidente” compuesta por Pushing hands, The wedding banquet, y Eat, Drink Man Woman. Tres películas que se centran en las difíciles relaciones humanas compuestas por los conflictos generacionales entre padres e hijos, y las relaciones de pareja.
Con esta trilogía Ang Lee se apartaba del tono más desarraigado y sórdido de la Nueva Ola del cine taiwanés con Edward Yang y Hou-Hsiao Hsien como adalides, aportando un trasfondo más empático y amable al utilizar la ironía y el sentimiento. Pero sin olvidar la tensión dramática como fuerza de choque a la hora de expresar el deseo de independencia del yugo paterno, y la llamada de la libertad sexual frente a la férrea sociedad tradicional.
Lo más novedoso es que Lee planteó ese conflicto a partir de una mirada tierna y condescendiente al mismo tiempo que con matices dramáticos e irónicos, consiguiendo así una ecuación que el publico comprendió y valoró.
Pushing hands, título que hace alusión a los movimientos de Tai-chi, fue su primera película y con ella abrió la trilogía que le abrió las puertas al cine internacional.


Tras su jubilación, un reconocido maestro chino de Tai-Chi decide reunirse con su hijo, emigrado a Nueva York que vive con su mujer estadounidense y el hijo de ambos. El señor Chu intenta adaptarse a su entorno pero el choque de culturas es tal, que los conflictos generacionales le impiden no sentirse como un extranjero en la propia casa de su hijo.
La película arranca con una significativa escena en la que suegro y nuera no hablan, por los inconvenientes de la incomprensión lingüística, y transitan por la casa –un mismo espacio para ambos- desarrollando rituales distintos. Las tradiciones de ambos mundos se focalizan en una casa, que les parece pequeña, y en la que no consiguen entenderse. El estilo de vida americana parece no poder fusionarse con las tradiciones y la iconografía china, inclusive las películas que el hijo del señor Chu le alquila en el videoclub, parecen no ser “originales” y terminan por aburrir a un espectador que echa de menos sus raíces.
El señor Chu está acostumbrado a los movimientos tranquilos que le proporciona el Tai-Chi, pero la vida por la que transita la sociedad en la que ahora vive ahora está compuesta por movimientos vertiginosos. Su nuera se encuentra cómoda por ellos e intenta inculcar esos valores a su hijo, y su marido – el hijo del señor Chu- es el foco donde las presiones de los dos mundos se concentran. Podemos pensar que el título de la película puede expresar la tensión que recibe este personaje presionado a su vez por las manos de sus seres queridos. El hijo recrimina a su mujer su falta de tolerancia: “…mi padre es parte de mi, ¿por qué no puedes aceptarlo?...”
Por ello en Pushing hands no hay palabras sino silencios incómodos que paulatinamente se van transformando en sentimientos. Parece como si no hubiese lugar para dos culturas en una misma casa.
Ang Lee explora con una mirada tierna y dramática la difícil relación entre el emigrado y la nueva sociedad a la que se intenta adaptar, al mismo tiempo que subraya los puntos en común entre una y otra. Puntos en común que de nuevo vemos representado en el personaje del hijo-marido. Al mismo tiempo Lee, que siempre se ha movido muy bien entre las dos culturas y las dos audiencias, reflexiona concienzudamente sobre la soledad del individuo en la sociedad. Por ello cuando el señor Chu explota y decide abandonar a su familia para ganarse la vida en el estilo de vida americano, decidirá aceptar un trabajo de lavaplatos en un restaurante chino en donde el dueño ha asimilado toda la parte negativa del capitalismo. El señor Chu experimentará los efectos alienantes de la sociedad americana, extrapolables a cualquier sociedad universal. Al final el señor Chu, ayudado por la poca comunidad china que conoce en América, experimentará una adaptación lenta que sin ser plena, se apartará del matiz de rebeldía con el que había intentado sus subsistencia.
Su hijo, que ha podido decepcionar al padre por adoptar un modelo de vida ajeno a sus tradiciones, se hará parte integrante en esa armonía para su conseguir su integración. Una armonía alcanzada con esos movimientos lentos, esas manos que empujan, que al fin y al cabo no es más que la manifestación de su idiosincrasia popular en un mundo extranjero.

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