lunes, 3 de enero de 2011

Bad Blood de Dennis Law: un intento de thriller-marcial que se queda en el camino.








La fusión entre el thiller de tríadas y el cine de acción siempre conlleva dificultades. Cuando el guión es redondo la acción queda ensombrecida, y cuando por el contrario las coreografías son impresionantes, el guión se convierte en un estereotipo de clichés que lidia con el aburrimiento.
Pocos directores consiguen hacer un buen combinado, a las buenas excepciones de Wilson Yip (aún prefiriéndole en su cine más intimista) o Sammo Hung, se le suman algunos otros que no consiguen sazonar la fórmula perfecta entre uno y otro elemento.
Dennis Law es uno de esos directores que se quedan en el camino.
Law contaba con dos grandes puntos a su favor para que Bad blood fuese una buena película: por un lado es un reconocido entusiasta de las películas de acción de los años ochenta y noventa- y eso se nota en la cinta-, y por otro: fue durante bastantes años el presidente y director ejecutivo de la Milklway (la conocida productora de Johnnie To). Algo del estilo de la Millkway debía de haber dejado su huella en él, pero si bien en películas como Fatal contact, o Fatal Move que podemos darles un voto de confianza si se dejó ver su impronta, en Bad Blood se olvida de esos principios y compagina la acción con una historia de tríadas que no la salva ni los cameos de los habituales de Johnnie To.
Se nota los pasos en solitario de Law en su recién creada productora: la Company Ltd,de financiación privada ,y guiada por su propia fortuna financiera.


Un jefe de tríada es arrestado y conmutado a la última pena por sus negocios ilegales. Tras su ejecución, la organización necesita un nuevo líder en quien recaiga el dinero y el poder de la familia, pero el testamento del antiguo patriarca dice que toda su fortuna será legada a sus dos hijos. La mano derecha del difunto (Simon Yam en un cameo claramente por amistad) insiste que el dinero pertenece a toda la banda. Mientras, Jason el hijo mayor, muere en extrañas circunstancias, y alguien tomará las riendas de la venganza contra los miembros del clan.

El argumento, escrito por el propio Law, responde a simple viste a los convencionalismos del thriller de triadas hongkonés, más si cabe si a ello le unimos unas cuidadas coreografías de acción y una cultura estética compuesta por las peleas de artes marciales o los pandilleros con machetes. Pero este fondo iconográfico no es suficiente para dar solidez a un guión que se pierde entre personajes muy poco sólidos, diálogos insustanciales, y venganzas melodramáticas propias de personajes sobreactuados.

Los cameos de actores de la talla de Simon Yam, Lam Suet o Eddi Cheng no son suficientes para que el peso de la película la lleve un correcto Andy On. El problema radica en el empaque que Dennis Law quiere darle a su historia. Law subraya a través de matices, que muchas veces ponen una sonrisa de incredulidad en el espectador, el deseo de dar sobriedad a su guión. De ahí esa manera de detenerse en las acciones de sus personajes en detrimento del ritmo narrativo: ¿es necesario que Andy On pase más de cinco minutos meditando en el cuarto de baño mientras que todo el clan le espera?
¿Es necesario que Law pretenda dar una supuesta profundad, quizá filosófica, en sus diálogos para que la historia adquiera seriedad? ¿Se puede hablar del tiempo antes de una reunión decisiva que decide el sucesor del grupo?
A este respecto, alguna acertada crítica de Bad blood, ha añadido,
sin apartarse de un tono irónico, que las diálogos de los jóvenes pandilleros en el parque bien parecen atender a debates filosóficos, más que al argot propio de la subcultura triadesca.
Pero al margen de cualquier acotación anecdótica la película falla en el momento que Law quiere apuntilla que se trata de un thriller serio y con “diálogos potentes”.

En cambio el producto se salva es cuando el protagonismo recae en las escenas de lucha. La gran labor de su buen amigo Herman Yau, como director de fotografía, y sobre todo de Li Chung-Chi en las coreografías de acción, hacen que la película adquiera buenas dosis de entretenimiento y de buen hacer.
La lucha entre Andy On y Bernice Liu se alza como una potente y estética lucha más allá de los géneros y el proteccionismo o la jocosidad, con que la historia del cine de acción nos tiene acostumbrados al ver luchar a una hombre y una mujer.

Lo peor, sin lugar a dudas es la falta de verismo y profundidad en los personajes. Y dentro de este contexto Audrey, la hija del jefe del clan, quizá sea el personaje peor tratado. Su evolución de hermana angelical o ángel exterminador no deja de ser un sinsentido que resta la seriedad que Dennis Law parece pedir en toda su obra.
En definitiva Bad blood nos acerca a una batalla sangrienta por el dinero de la familia a medio camino entre los personajes del comic y el recuerdo añejo de esas cintas de acción de las décadas de los ochenta y los noventa.

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