Para muchos (crítica y espectadores) el actual cine taiwanés no se ha repuesto del realismo-social que supo convertir en obras personales la Nueva Ola de los años ochenta y, únicamente, flota en el ambiente una figura como la de Ang Lee cuya sombra es muy alargada, pero también muy acostumbrada a cruzar el océano y trabajar en Occidente.
¿Es ésta la realidad del cine taiwanés? Seríamos muy simplistas si nuestra respuesta fuese afirmativa, por lo tanto desarrollemos más un panorama que, si bien le cuesta salir de su anclaje histórico, aspira a desarrollar nuevas temáticas bajo el amparo de la taquilla.
No podríamos hablar de las nuevas tendencias del cine taiwanés sin hacer un pequeño repaso a la historia de su cinematografía. Un momento decisivo fue la década de los ochenta con la aparición de la Nueva Ola (más conocido como el Nuevo Cine Taiwanés), con la creación de un enclave que impactó sobre la cinematografía anterior delineada bajo el melodrama de raíz confuncianista, que convivía con un tipo de cine que podemos denominar “de sano realismo” al exigirle que mostrase lo políticamente correcto.
Pero con la llegada de los ochenta todo esto cambió y figuras como Hou Hsiao Hisien, Edward Yang o Wu Nien-Jen ofrecieron un revulsivo que, a modo de soplo de aire fresco, se erigieron como el puente generacional que reflexionó y materializó un movimiento de renovación. Surgió así un grupo de cineastas que necesitaban imponer una sensibilidad taiwanesa girada hacia una realidad que no renunciase a su identidad, y que bucease en su pasado histórico perdido. Pero el impuso del melodrama modernista no fue acompañado por el gusto del público que no acudía a las salas para ver sus frutos.
Fue necesario la aportación de la siguiente generación con nombres como Sylvia Chang, el despuntar del cine costumbrista de Ange Lee (Manos que empujan, El banquete de bodas, Comer, beber y amar) y el cine más personal de Tsia Ming Lang para que el público recobrase paulatinamente la fe en su autores.
Las tendencias actuales heredaron todos estos trasvases motivados por el cine de autor, al mismo tiempo que, posaron sus ojos en sus espectadores.
Tomemos como ejemplo una reciente producción, Island Etude, a modo de palimpsesto de sus huellas y de sus ansias de renovación.
El argumento es extraordinariamente sencillo: un joven sordo recorre la costa de la isla de Taiwán con su bicicleta. En su viaje, el protagonista, se encontrará con distintos personajes, distintas rutas, distintos modos de vida... que muestran al espectador la identidad y la realidad social del Taiwán rural actual.
Las supersticiones que perduran, la riqueza de los dialectos, las pinceladas de su historia, la belleza de su isla... se nos presentarán a modo de “fresco contemporáneo” para contemplar una realidad que lucha por no perder su idiosincrasia.
Esta interesante película del director En Chen es una excelente toma de contacto con sus actuales logros. Para empezar En Chen trabajó muchos años como ayudante de dirección del gran Hou Hsiao Hisien y al beber de la misma fuente de uno de los integrantes más significativos del Nuevo Cine Taiwanés es lógico que rastreemos algunos de sus estilemas. Mediante un estilo visual excesivamente contemplativo-naturalista hay un interés, al igual en las películas de Hou Hsiao Hisien, por recuperar la cultura autóctona de su sociedad en un intento de reflejar las transformaciones culturales del país.
Los personajes que nos presenta no rayan el desarraigo (constante en las películas del Nuevo Cine Taiwanés ) sino que por el contrario presentan particularidades variopintas que ponen la nota de color folclórica. El protagonista no juzga su realidad (cosa que tampoco hacía el Nuevo Cine Taiwanés ) sino que observa y expone la progresiva occidentalización de sus costumbres. Expone una realidad inerte en la propia construcción de su identidad, al mismo tiempo que queda fascinado con los parajes de sus costas.
Por otro lado, En Chen, tampoco se olvida de la vertiente costumbrista que triunfó a finales de lo noventa en su cinematografía, y dota a Island Etude de una serie de relaciones interpersonales con un trasfondo de ironía y comprensión, propia del que se embarca en un iniciático viaje en bicicleta. La mente del protagonista está abierta para encontrarse con todo tipo de situaciones y de crear un universo bajo sus propias reglas. Por eso aún a pesar del cripticismo de algunos personajes con los que se encuentra él piensa: “me gustan las personas que veo en mi viaje”.
Con todo, y aún a pesar de criticar al cine taiwanés que sólo hace películas por y para los festivales europeos, es justo alentar y dar a conocer sus nuevas tendencias que, en definitiva, enriquecen esa cosa llamada “séptimo arte” y nos acercan a realidades tan exóticas como profundas.
¿Es ésta la realidad del cine taiwanés? Seríamos muy simplistas si nuestra respuesta fuese afirmativa, por lo tanto desarrollemos más un panorama que, si bien le cuesta salir de su anclaje histórico, aspira a desarrollar nuevas temáticas bajo el amparo de la taquilla.
No podríamos hablar de las nuevas tendencias del cine taiwanés sin hacer un pequeño repaso a la historia de su cinematografía. Un momento decisivo fue la década de los ochenta con la aparición de la Nueva Ola (más conocido como el Nuevo Cine Taiwanés), con la creación de un enclave que impactó sobre la cinematografía anterior delineada bajo el melodrama de raíz confuncianista, que convivía con un tipo de cine que podemos denominar “de sano realismo” al exigirle que mostrase lo políticamente correcto.
Pero con la llegada de los ochenta todo esto cambió y figuras como Hou Hsiao Hisien, Edward Yang o Wu Nien-Jen ofrecieron un revulsivo que, a modo de soplo de aire fresco, se erigieron como el puente generacional que reflexionó y materializó un movimiento de renovación. Surgió así un grupo de cineastas que necesitaban imponer una sensibilidad taiwanesa girada hacia una realidad que no renunciase a su identidad, y que bucease en su pasado histórico perdido. Pero el impuso del melodrama modernista no fue acompañado por el gusto del público que no acudía a las salas para ver sus frutos.
Fue necesario la aportación de la siguiente generación con nombres como Sylvia Chang, el despuntar del cine costumbrista de Ange Lee (Manos que empujan, El banquete de bodas, Comer, beber y amar) y el cine más personal de Tsia Ming Lang para que el público recobrase paulatinamente la fe en su autores.
Las tendencias actuales heredaron todos estos trasvases motivados por el cine de autor, al mismo tiempo que, posaron sus ojos en sus espectadores.
Tomemos como ejemplo una reciente producción, Island Etude, a modo de palimpsesto de sus huellas y de sus ansias de renovación.
El argumento es extraordinariamente sencillo: un joven sordo recorre la costa de la isla de Taiwán con su bicicleta. En su viaje, el protagonista, se encontrará con distintos personajes, distintas rutas, distintos modos de vida... que muestran al espectador la identidad y la realidad social del Taiwán rural actual.
Las supersticiones que perduran, la riqueza de los dialectos, las pinceladas de su historia, la belleza de su isla... se nos presentarán a modo de “fresco contemporáneo” para contemplar una realidad que lucha por no perder su idiosincrasia.
Esta interesante película del director En Chen es una excelente toma de contacto con sus actuales logros. Para empezar En Chen trabajó muchos años como ayudante de dirección del gran Hou Hsiao Hisien y al beber de la misma fuente de uno de los integrantes más significativos del Nuevo Cine Taiwanés es lógico que rastreemos algunos de sus estilemas. Mediante un estilo visual excesivamente contemplativo-naturalista hay un interés, al igual en las películas de Hou Hsiao Hisien, por recuperar la cultura autóctona de su sociedad en un intento de reflejar las transformaciones culturales del país.
Los personajes que nos presenta no rayan el desarraigo (constante en las películas del Nuevo Cine Taiwanés ) sino que por el contrario presentan particularidades variopintas que ponen la nota de color folclórica. El protagonista no juzga su realidad (cosa que tampoco hacía el Nuevo Cine Taiwanés ) sino que observa y expone la progresiva occidentalización de sus costumbres. Expone una realidad inerte en la propia construcción de su identidad, al mismo tiempo que queda fascinado con los parajes de sus costas.
Por otro lado, En Chen, tampoco se olvida de la vertiente costumbrista que triunfó a finales de lo noventa en su cinematografía, y dota a Island Etude de una serie de relaciones interpersonales con un trasfondo de ironía y comprensión, propia del que se embarca en un iniciático viaje en bicicleta. La mente del protagonista está abierta para encontrarse con todo tipo de situaciones y de crear un universo bajo sus propias reglas. Por eso aún a pesar del cripticismo de algunos personajes con los que se encuentra él piensa: “me gustan las personas que veo en mi viaje”.
Con todo, y aún a pesar de criticar al cine taiwanés que sólo hace películas por y para los festivales europeos, es justo alentar y dar a conocer sus nuevas tendencias que, en definitiva, enriquecen esa cosa llamada “séptimo arte” y nos acercan a realidades tan exóticas como profundas.
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