lunes, 16 de febrero de 2009

The postmodern life of my aunt de Ann Hui: el dolor del tiempo










La Primera del Ola del cine hongkonés, también conocida como la generación del 97, reunió a una serie de directores que, sin enarbolar un mismo ideario ni una misma estética, engrosó una serie de directrices en el deseo de relanzar su cinematografía.
Creadores como Tsui hark, Patrick Tam, Aleng Fong, Yim Ho o Ann Hui cambiaron las coordenadas del cine de la excolonia, sumido en aquel entonces entre una Shaw Brothers que comenzaba a agonizar y una Golden Harverst preocupada únicamente de sus éxitos comerciales, y se empeñaron en mostrar una realidad social cruda, auténtica y -sobre todo- con claro acento local. Surgieron obras personales en dónde los problemas sociales se intercalaban con personajes de gran profundidad psicológica, y la realidad ganaba la partida al escapismo del cine de acción. Los rodajes comenzaron a salir fuera del set y el tono pseudocumental o de docudrama atestiguaba hechos reales locales mezclados con la ficción.
Ann Hui, directora nacida en Manchuria de padre chino y madre japonesa, se trasladó con pocos años a Macao y de allí a Hong Kong en donde, tras estudiar Literatura, comprendió que su gran pasión era el cine. Formada en Londres dio sus primeros pasos en la televisión local con una serie de documentales que mostraban la realidad social de su ciudad de acogida.
Pero, ¿qué ha sido de esa Ann Hui?, ¿qué ha sido de sus comienzos en la Primera Ola del cine hongkonés?, ¿qué ha sido de su manera de entender el cine?
Todo queda de esa primera Ann Hui. El paso de los años nos ha dejado un cine más matizado y más rico en estilo y factura pero, como en casi todas sus obras, continúa situando a sus personajes imperfectos en una imperfecta realidad social y, hasta la fecha su última película The postmodern life of my aunt, no es excepción.




En The postmodern life of my aunt, una mujer (Siqin Gaowa) de sesenta años de edad, convive con grandes esfuerzos en el posmoderno Shangai. Tras dejar su Manchuria natal su ajuste con la ciudad pasa por un contexto extraño –entendido como extravagante- con esa vecina que canta o ese gato al cual le cambia todo los días de traje,un sobrino que viene a visitarla, un amante estafador (un Chow Yun Fat en uno de sus mejores papeles) que con trucos conseguirá todos sus ahorros, una hija resentida, y un pasado que se asienta de nuevo en su vida.

Cómo el propio Chow Yun Fat comenta cuando conoce a Siqin Gaowa, él es una persona de difícil definición. Quizá esta premisa sea la que mejor caracterice a los personajes de Ann Hui. Nuestra original tía es, sin lugar a dudas, un personaje noble que se enfrenta con lo que no le gusta de su sociedad, interpela contra la falta de civismo, y de una generosidad tal que termina siendo estafada. Pero, al mismo tiempo, también es una persona llena de imperfecciones. Su hija le recrimina su abandono y su marcha a Shangai, y desde la soledad quizá por sentimiento de culpa o quizá por desamparo decide volver a Manchuria para enmendar la valentía de antaño.

Hui nos presenta el dolor de la mujer contemporánea, su crisis de identidad, sus ansias de alcanzar la felicidad y el choque contra el muro social y su historia personal. La dura existencia de aquellos que confían en los demás y reciben sólo engaño. Y lo hace desde el drama más descarnado combinado con ciertos brotes de la comicidad de la que se compone la vida. Humor y patetismo sirven a Hui para trazar la existencia de aquellos de los que se mueven por la esperanza y terminan en su aciago pasado. El tremendo final de la tía en la dura y fría Manchuria, como si el destino estuviese marcado, también puede tener la lectura de que al final de nuestra trayectoria debemos tomar responsabilidades por las acciones pasadas.
El rencor de su hija se traduce en su vuelta a Manchuria donde el colorido de Shangai (filmado con unos bellísimos planos cenitales) se transforma en grises y blancos acordes con su anodina existencia recuperada.
Fiel a su estilo, la mirada de Hui, es realista y sobrecogedora. Su historia nos puede parecer simple, pero sin ahondamos y conseguimos dejar a un lado la superficie nos encontramos con un guión que subraya más que dice, matiza más que expone y se acompaña de una magnífica fotografía a cuenta de los maestros Kwan Pun Leong y Nelson Yu. Toda una gama de colores vivos ayudan a presentar un fresco de Shangai donde la comedia enmarca a unos personajes que paulatinamente irán hacia el drama.

Así, la mayoría de los personajes, acostumbrados a la estafa y a jugar con la bondad de la gente, nos puede servir de termómetro para cuestionar los actuales valores de la sociedad china, sin embargo Hui no los juzga y no los cataloga como “malos”, simplemente los introduce en una sociedad de la que es difícil salir adelante. En el fondo todos transmiten una humanidad que explicaría su modo de actuar.
Hui enlaza con esos argumentos cercanos y posibles, con esas historias reales que pagan cuentas con el pasado, con ese tono realista y apacible que quizá pueda expresar una denuncia, pero siempre sumidos en ese dolor del tiempo que toda vivencia experimenta.







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