lunes, 20 de abril de 2009

El vuelo del globo rojo de Hou-Hsia Hsien: la inocencia del globo rojo







A comienzos de la década de los ochenta el cine taiwanés experimentó una nueva ola creativa. El realismo “sano”, entendido como un realismo políticamente correcto, que reinaba en las producciones anteriores a estos años, y la proclama de los valores del confucianismo, fueron superados gracias al revulsivo de una nueva generación de directores que reflexionaron y materializaron un movimiento de renovación, a su vez, heredado de los apuntes modernistas de su literatura de los años setenta.
Se originó, así, una productiva simbiosis, entre “Nueva Literatura” y “Nuevo Cine”. Creadores como Edward Yang, Hou-Hisiao Hsien o Wu Nien –Jen mostraron un interés especial por la recuperación de su cultura autóctona, por el reflejo de las transformaciones sociales de su país, por la expresión de la crisis de valores, y los problemas ante una progresiva occidentalización, pero siempre bajo fórmulas autobiográficas donde la experiencia vivida se fusionaba con la realidad.
Dentro de este grupo destacó la particular mirada de Hou-Hisia-Hsien. Siendo uno de los cineastas más interesantes de la actualidad, su controversia radica en qué no se caracteriza por dar al público lo que está acostumbrado a ver. Hsiao-Hsien es lo más próximo a la concepción que tenemos de autor. En el momento que el espectador, que conoce su cine, se dispone a “contemplar” una película suya, tiene muy claro los rasgos estéticos y temáticos que suelen ser habituales en su obra. Sus películas se trazan sobre composiciones muy cuidadas donde los silencios y los planos secuencias, combinados con un gran número de planos fijos, crean esa tensión necesaria para el espectador se enamore de su cine. Hsiao-Hsien no aporta la velocidad rítmica en sus películas, ni mucho menos la vertiginosidad de la ciudad, ni siquiera se complace de retratar la violencia como muchos de sus contemporáneos. Lo que Hsiao-Hsien quiere plasmar es su particular mundo plástico, sostenido mediante la incomunicación de los personajes, con sus encuentros y sobre todo desencuentros amorosos, en un trasfondo urbano frío y aséptico, que acompaña fielmente a sus protagonistas.
Con su última película nos trasladamos directamente a París, ciudad desconocida para el autor, que ha sabido reflejar con su particular mirada.


Con motivo del vigésimo aniversario del Museo Orsay, la dirección de dicho museo, contactó con un número reducido de directores para que fusionasen pintura y cinematografía. Así a Hou-Hisia-Hsien le encargaron el rodaje de una película con un único requisito: el Museo Orsay debía estar presente en la película, bien en gran parte de ella, o bien en una sola escena.
Hsien aceptó gustoso el reto y decidió trasladarse a París, el director “más francés” de la Nueva Ola del cine taiwanés, contactó con esta cuidad y con su nueva película mediante tres piezas necesarias para entender el armazón que posteriormente construyó. Uno: la novela del estadounidense, Adam Gopnik, Paris to the moon, muy útil para él porque “...estaba escrito desde la perspectiva del extranjero...”, dos; la película del director Albert Lamorisse, perteneciente a la Nouvel Vague, titulada Le ballon rouge, en la que un niño encuentra un globo rojo y durante todo el metraje no se separa de él. Y tres: el cuadro, La pelota, o, Niña jugando a la pelota del pintor francés Felix Vallotton.
Estos tres esbozos le sirven a Hsien para enmarcar su historia. A través de la novela ubicó los exteriores. Por ejemplo, en la novela aparece una máquina de pinbal en los bares, máquina con la que el niño protagonista de nuestra historia juega. Con la película y –en parte con el cuadro- el globo se convierte en el eje deslizante de la narración, y con el cuadro el espectador es consciente de la contraposición entre dos mundos. El mundo de la infancia que juega, en su inocencia, con la pelota roja, donde todo es luz, y el mundo de los adultos que se encuentran en la penumbra y que cuidan y vigilan a la infancia.

A Hsien le gusta rodar la cotidianidad de las ciudades y en esta ocasión toma a una madre y un hijo para adentrarnos en un París desde otra perspectiva. Igual que el pintor Vallotton pintó su Niña jugando a la pelota desde una perspectiva diferente, utilizó la perspectiva aérea, Hsien ha querido mostrarnos su particular mirada sobre París.

La película comienza con un niño, Simon, interpelando a un globo rojo para que baje de las alturas y juegue con él. El niño (la inocencia) observa al globo rojo como un habitante más. La madre de éste, Suzanne –interpretada por Juliet Binoche- trabaja en los espectáculos de marionetas poniendo la voz en las representaciones. Los problemas de su día a día harán que ella nunca veo el vuelo de ese globo rojo. Y como mediadora de estos dos personajes, Song, la niñera taiwanesa estudiante de cine que a través de su cámara tiene el sueño de grabar ese globo rojo, pero sólo consigue captar imágenes de él proyectadas en la pared. De ahí que su cámara, y la de Hsien, se detenga en una pared con la representación pintada de un globo rojo.

Por tanto, ¿la persona que consigue ver el globo se encuentra en un estado de inocencia?
Sabemos que a Hsien no le gusta hablar mediante metáforas pero lo cierto es que el niño, que habla y se deleita con vuelo del globo, es el único que consigue verlo. El entorno de la vida de su madre es tan caótico que parece imposible que ésta lo llegue a visualizar.
No obstante, a través del teatro de marionetas y como un homenaje a la memoria del director- se nos narra una obra de la dinastía Yuan. Una magistral Juliette Binoche que declama con los mismos giros y acentos de la Ópera de Pekín, nos habla de la historia de Zhang Yu, el erudito que para reunirse con su amada intenta evaporar el océano.
La carga de dificultades que vive Zhang Yu en este teatro de marionetas se puede equiparar con los trances de Suzanne.
De este modo el teatro de marionetas expone una historia con personajes sencillos, que aman y sienten y son persistentes en sus actos. Los mismos caracteres con los que ha querido dotar Hsien a los personajes de su historia.

La sencillez de una cotidianidad, en la que Hsien igual que Vallotton en su pintura, han sabido transmitir una magia casi de cuento.



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