lunes, 27 de abril de 2009

Rice Rhapsody de Kenneth Bi: un argumento aliñado pero sin cocinar.






Fruit Chan, Matthew Tang, Nelson Yu o Kenneth Bi son un grupo de directores que se les asocia con el nuevo cine independiente de la excolonia. Desde trazos convencionales, u osadas narraciones experimentales, demuestran la existencia de una corriente alternativa independiente en donde es posible contar historias particulares bajo coordenadas íntimas que desde el plano social, o la composición visual, invitan al espectador a paladear proyectos fuera de las leyes de mercado, donde las productoras pequeñas empiezan a tocar a la puerta de una cinematografía que se enfrenta a los todopoderosos majors.
Quizá Kenneth Bi sea el más convencional dentro de este grupo de independientes, pero no por ello deja de ser interesante su mirada, basada en la cotidianidad, que pone el acento en personajes reales y reconocibles para el gran público, que sienten y padecen sus propias incertidumbres.
Tras el relativo éxito de su primer largometraje; A small miracle, Bi rodó en Singapur una comedia con tintes de drama que fusionaba lo mejor de la isla con una historia costumbrista que intentaba derrochar humor y tragedia a partes iguales, y que mostraba las exquisiteces culinarias de su gastronomía. Así, Rice Rhapsody, una de sus películas más clásicas, aunaba el cine comercial con el toque distintivo de su mirada. La pena es que se quedó en el camino


A modo de escaparate culinario de la rica gastronomía de Singapur, Kenneth Bi, escribió el guión de esta película, arropado en la producción por Jacky Chan y Sylvia Chang (actriz protagonista de la misma)
La historia de una madre, protectora y convencional, al mando de un restaurante de comida tradicional fue el marco en el Bi insertó su argumento. Su vida transcurre tranquila y feliz hasta el momento en que se da cuenta que , debido a la homosexualidad de sus hijos, no podrá tener nietos. Su única esperanza recae en Leo, el hijo menor que todavía no se ha pronunciado sobre su sexualidad pero que “sospechosamente” se lleva demasiado bien con su amigo Batman.

La película flaquea en el punto álgido en el que fue concebida: la gastronomía y la temática gay son temas que están sazonados pero no cocinados. Es decir si una de las intenciones de Bi fue crear un marco a modo de propaganda de Singapur como reflejo de su exotismo culinario, no consigue que el espectador conecte con ese referente paradisíaco. Los platos y su elaboración no pasan a ser un personaje más sino un frío contexto que sirve para desarrollar el drama de la familia.
Por otro lado, si la homosexualidad fue concebida por Bi para narrar una historia de sentimientos con claro acento intimista, el estereotipo nubla cualquier reflejo de los mismos.

Jen (la madre interpretada por Sylvia Chang) antepone su egoísmo ante la felicidad de sus hijos. Incluso idea un plan para que el pequeño desvíe sus atenciones a los hombres mediante una estudiante francesa de intercambio. Lo que podía haber sido una historia con la esencia de Ang Lee – todos recordamos su magnífica Comer, beber y amar, o, su no menos brillante El banquete de bodas- se convierte en una enumeración de eslóganes y prototipos enumerados en sus hijos. Así, lo único que se resalta del hijo mayor es su futura boda gay, más como un derecho de los homosexuales que su historia en sí. El hijo mediano, con su lista de amantes, puede reproducir el estereotipo de la promiscuidad homosexual, y las dudas del hijo pequeño quieren ser zanjadas por un plan premeditado de su madre. Quizá esto sea porque la madre no entienda a sus hijos. Admite y tolera la homosexualidad de sus dos primeros pero tiene la necesidad de “salvar” al tercero.
La rigidez de los personajes hacen que veamos los ecos de Ang Lee como un espejismo roto por la presentación de una colectividad y no de una familia en particular.

Algún que otro crítico ha querido ver Rice Rhapsody como una metáfora política. La madre como representante del poder del Estado, y los hijos como ciudadanos independientes que anhelan su libertad y su capacidad de decidir. Puede ser una lectura válida pero ¿podemos hablar de propaganda de la isla al mismo tiempo qué crítica a su poder representativo? Algunas cosas no pueden casar.

Rice Raphsody entretiene pero que se queda en la superficie. Lo mejor, sin lugar a dudas, es la presencia de Sylvia Chang. Actriz que se merece una mención especial en nuestro blog, pero que como aperitivo diremos que actuó como puente entre las cinematografías hongkonesa y taiwanesa, al mismo tiempo que fue uno de los nexos entre los postulados del Nuevo Cine Taiwanés y la idea de un cine pensado por y para el público. El otro nexo fue Ang Lee que rompió con el realismo trágico de la Nueva Ola y creó historias de conflictos generacionales con un trasfondo amable y comprensivo.
Rice Rhapsody es un intento de seguir esta estela pero donde Ang Lee modela las emociones, Kenneth Bi sólo las insinúa. Aún así, Bi es un director interesante e independiente y, como tal, estaremos atentos a sus futuras películas.

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