lunes, 13 de abril de 2009

La historia del camello que llora de Byambasduren Davaa : la belleza de la inocencia








Las películas que nos llegan desde Mongolia se pueden contar con los dedos de una mano. Son muy pocas las producciones que consiguen tener distribución en nuestro país, pero cuando esto ocurre, el espectador se sumerge en un universo de historias sencillas, de argumentos que miman los detalles en donde cada recuerdo, cada movimiento, cada gesto, va acompañado de una gama de emociones, de contornos y de colores.
Son historias lentas porque la gente en Mongolia parece no tener prisa. El espectador entra en otra dimensión, en un mundo que, no por desconocido, deja de ser bello.
Su cinematografía se mueve bajo el prisma de la coproducción y sus películas comenzaron a tener presencia en festivales occidentales. Su mirada fresca y sencilla conquistó a un público deseoso de revulsivos.
Las nuevas generaciones, acotadas bajo el mercado del video y con una distribución restringida, viraron hacia el ámbito rural e identificaron su cultura con el modo de vida de los pueblos nómadas. En este contexto se debe analizar la obra de la directora Byambasduren Davaa, una joven mongol afincada en Alemania, que bajo una mirada antropológica teñida de emotividad, ha rodado dos películas cargadas de sencillez y honestidad.
La historia del camello que llora y El perro mongol, si bien no pueden ser consideradas del todo mongolas, pues ambas son producciones alemanas bajo la dirección de una directora mongol, reflejan todo lo enigmático de esas tierras y el protagonismo de un modo de vida que está a punto de desaparecer.


La primera película que Davva rodó en el desierto de Gobi fue La historia del camello que llora. En ella quiso mostrar la vida cotidiana de una familia de nómadas que se enfrentaban al rechazo de una madre camella hacia una de sus crías. La solución pasaba por el ritual de la música, es decir, cantar a la camella durante toda la noche hasta que reconociese y aceptase a su cría.
Esto que nos puede parecer esperpéntico es una de las costumbres más arraigadas en Mongolia. La idea fue representar un conflicto entre animales como metáfora del “rechazo” en todos los ámbitos.
“Pensamos en hacer una película que no fuera el típico reportaje sobre la vida exótica nómada, sino sobre algo universal de la vida. Este es el verdadero enfoque de la película"

El paisaje, que fue uno de los principales protagonistas de esta historia, enmarcó un retrato familiar en el que cada miembro tenía asignadas sus tareas. Todos contribuían a una economía muy particular anclada en el sistema del trueque y la supervivencia: desde el padre – encargado del pastoreo-, la madre- que realiza las pesadas tareas de la ger (tienda de fieltro), la fabricación del queso, el esquile del ganado y el cuidado de los hijos; hasta los niños que con independencia de su edad se muestran acostumbrados a cargar con responsabilidades desde muy pequeños.

Los protagonistas son nómadas reales, son personas que no actúan sino que realizan sus tareas cotidianas delante de la cámara. La familia, matizada con el filtro de la “calidez” para alcanzar un punto de naturalidad, tuvo que ser capaz de representar la idílica y exótica vida del nómada al mismo tiempo que exponer una realidad social dura, enmarcada en un contexto sociopolítico en el que este modo de vida esta dando sus último coletazos.
No debemos olvidar que la mirada sobre la que se construye La historia del camello que llora, es una mirada para el exterior y era necesario que el espectador disfrutase con esa “postal” de paisaje y exotismo, pero también que a través de pincelas camufladas se aproximase a una realidad social dura.
La propia directora define su película como un documental narrativo donde la ficción desea reflejar un mundo particular e idiosincrásico lleno de contradicciones.

No obstante, La historia del camello que llora, es una historia sencilla. Expone la importancia de la música para alcanzar el amor entre una madre y un hijo, y sus protagonistas (la familia) escuchan esta melodía con la inocencia propia de los niños. La bondad se refleja en sus ojos, y sus buenos actos nos descubren un universo en donde cualquier esfuerzo es posible para llegar hasta el entendimiento. Así, los padres no dudan en mandar a sus dos hijos, de diez y catorce años montados a lomos de camellos, hasta la ciudad más cercana, para que pidan al profesor de música que les acompañe en su aventura y cumplan el ritual de la música para con la camella madre. Los niños se verán embarcados en esta aventura, y aún a pesar de chocar con los elementos de la globalización, propios de un contexto urbano, su misión prevalecerá ante cualquier tentación.

Byambasduren Davaa quiso mostrar, ante todo, la percepción inocente del mundo. Reflejar las motivaciones, los deseos, las sonrisas, el amor... de esta familia lo más fielmente posible. Al mismo tiempo que presentaba al camello como un animal entrañable y de buen corazón.
Las palabras del abuelo, que abren la película, nos narran la fábula del camello:
“...El camello al principio tenía unos cuernos muy grandes, pero un día el ciervo le pidió su cornamenta. El camello, gracias a su buen corazón no dudó en dársela, pero el ciervo nunca se la devolvió. Por eso el camello no tiene cuernos...”

Al mismo tiempo la directora se preocupa por plasmar uno de los principios básicos del estilo de vida del nómada: la unión con la naturaleza, de ahí el uso de planos contemplativos –planos secuencia- que en definitiva no son sino un homenaje o una acción de gracias, hacia la tierra que les acoge y les permite permanecer en ella. Como la propia autora comenta, quizá la primera parte de la película tiene un ritmo excesivamente lento pero lo consideró necesario para que el público compartiera el compás del desierto, la cadencia de la vida de los nómadas, antes de meterse de lleno en la historia del camello.

Davva nos aproxima a un pedazo de vida que se extingue, que se nos escapa, y lo hace desde el homenaje más honesto que puede hacer a sus gentes. Desde la inocencia, la hospitalidad, desde sus esfuerzos por hacer la vida más fácil al prójimo...y lo hace con el lirismo propio de los que aman sus raíces.

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