A finales de los noventa Fruit Chan alzaba su voz en la excolonia con un cine reflexivo, intimista y sobre todo basado en miradas individuales. Chan respondía a la situación social (devolución de Hong Kong a China, gran tasa de inmigración, problemas socio-económicos...) mediante una crítica social matizada con ironía y sin etiquetas morales preestablecidas. El director posó su mirada en dos focos que pedían a gritos ser expuestos: el paso de la excolonia a China – con su magnífica trilogía Made in Hong Kong (ver entrada en este blog), Longest summer y Little Cheung ; y la marginación social con la espinosa temática de la prostitución ( Durian, Durian, Hollywood Hong Kong y Public Toalet )
En su trilogía sobre el mundo de la prostitución el sentido práctico de la supervivencia y la emigración, tomaron el peso argumental de unas películas que, en definitiva, eran el retrato de la gente corriente. Personas que lograban convivir con sus miserias de la forma más profesional y funcional que conocían.
Tal y como nos dice la protagonista de Durian Durian : “ganarse el dinero en Hong Kong es muy duro” y Fruit Chan lo retrató sin caer en un exceso melodramático, simplemente con una mirada certera y cruda, al mismo tiempo que cedió la voz a la marginalidad.
La película comienza con los pasos de una dulce muchacha que emigra de la China continental hacia las costas hongkonesas. Su familia, como muchos de sus coetáneos – el propio director también hizo este éxodo- decide emigrar a Hong Kong en busca de mejores condiciones económicas. Lejano al paraíso que se imaginan recaen en Mongkok, uno de los puntos más poblados del planeta y reducto de la clase obrera hongkonesa.
La muchacha posa sus ojos en otra joven bien vestida, Yan, que no es otra que la protagonista de la historia, y a partir de este momento la cámara se centrará en su historia y en sus ilusiones rotas.
Con Yan, Fruit Chan, presenta la vida de los marginados que luchan por sobrevivir en un medio especialmente duro. El sentido práctico obscurece cualquier intento de responder a las grandes preguntas de la existencia porque no tienen tiempo para las fantasías. Su única rutina se resume en enfrentarse a la realidad más áspera de Hong Kong (la exótica fruta denominada durian)
El mismo título refleja esta realidad: el durian, una fruta exótica del sudeste asiático, se caracteriza por tener una piel extremadamente dura, pero de sabor delicioso cuando se consigue llegar al interior, el único impedimento es el olor nauseabundo que desprende una vez abierta. Es fácil pensar en una metáfora de esta fruta ligada con la ciudad de Hong Kong. La protagonista mantiene con la ciudad una relación amor-odio pues, como nos muestra y por la propia experiencia del director, Hong Kong es una ciudad excesivamente dura, pero te atrapa cuando has vivido en ella.
En la mayoría de sus películas el director nos muestra como la supervivencia en una sociedad que carece de hospitalidad hace de sus personajes unos seres insensibles a los valores y a las relaciones humanas, pero quizá en Durian Durian nos ofrezca una imagen más condescendiente de la prostitución. En palabras suyas nos comenta: “...he intentado capturar algo de su lucha por la vida frente al desempleo y los cambios sociales y adversos que ocurrían en el continente. Para ellas la única manera posible es sentirse bien como prostitutas...”
Por eso Yan aparece como un referente de la vida diaria dentro del contexto socioeconómico y no como una figura vinculada con el placer y la sensualidad. Pero, al mismo tiempo, crea una mirada contemplativa y nostálgica y a pesar de situarla en el “despiadado” Hong Kong, Yan regresa a su ciudad de origen en China donde vive un lapso de tiempo acorde a sus ilusiones y fantasías.
La cámara en mano de Chan captura el alocado Hong Kong de neones y velocidad, pero no tanto los conflictos internos de sus personajes, por el contrario su cámara, y su paleta de colores, cambia en las escenas de la China continental donde la tranquilidad de un paisaje nevado crea los contrates propios de dos realidades que se enfrentan.
La valentía de Fruit Chan queda manifiesta al mostrarnos, como trasfondo, la complicada relación entre China y Hong Kong.
Una dura mirada y una dura película que, como el durian, nos invita a bucear en su corazón para descubrir lo brillante de su cine, para discernir cómo algunas películas se camuflan en las maravillas de una realidad social cuando , en definitiva , tal como nos narra Chan: “... la sociedad no ha mejorado con el cambio, sino que ha precipitado un mayor conflicto...”
En su trilogía sobre el mundo de la prostitución el sentido práctico de la supervivencia y la emigración, tomaron el peso argumental de unas películas que, en definitiva, eran el retrato de la gente corriente. Personas que lograban convivir con sus miserias de la forma más profesional y funcional que conocían.
Tal y como nos dice la protagonista de Durian Durian : “ganarse el dinero en Hong Kong es muy duro” y Fruit Chan lo retrató sin caer en un exceso melodramático, simplemente con una mirada certera y cruda, al mismo tiempo que cedió la voz a la marginalidad.
La película comienza con los pasos de una dulce muchacha que emigra de la China continental hacia las costas hongkonesas. Su familia, como muchos de sus coetáneos – el propio director también hizo este éxodo- decide emigrar a Hong Kong en busca de mejores condiciones económicas. Lejano al paraíso que se imaginan recaen en Mongkok, uno de los puntos más poblados del planeta y reducto de la clase obrera hongkonesa.
La muchacha posa sus ojos en otra joven bien vestida, Yan, que no es otra que la protagonista de la historia, y a partir de este momento la cámara se centrará en su historia y en sus ilusiones rotas.
Con Yan, Fruit Chan, presenta la vida de los marginados que luchan por sobrevivir en un medio especialmente duro. El sentido práctico obscurece cualquier intento de responder a las grandes preguntas de la existencia porque no tienen tiempo para las fantasías. Su única rutina se resume en enfrentarse a la realidad más áspera de Hong Kong (la exótica fruta denominada durian)
El mismo título refleja esta realidad: el durian, una fruta exótica del sudeste asiático, se caracteriza por tener una piel extremadamente dura, pero de sabor delicioso cuando se consigue llegar al interior, el único impedimento es el olor nauseabundo que desprende una vez abierta. Es fácil pensar en una metáfora de esta fruta ligada con la ciudad de Hong Kong. La protagonista mantiene con la ciudad una relación amor-odio pues, como nos muestra y por la propia experiencia del director, Hong Kong es una ciudad excesivamente dura, pero te atrapa cuando has vivido en ella.
En la mayoría de sus películas el director nos muestra como la supervivencia en una sociedad que carece de hospitalidad hace de sus personajes unos seres insensibles a los valores y a las relaciones humanas, pero quizá en Durian Durian nos ofrezca una imagen más condescendiente de la prostitución. En palabras suyas nos comenta: “...he intentado capturar algo de su lucha por la vida frente al desempleo y los cambios sociales y adversos que ocurrían en el continente. Para ellas la única manera posible es sentirse bien como prostitutas...”
Por eso Yan aparece como un referente de la vida diaria dentro del contexto socioeconómico y no como una figura vinculada con el placer y la sensualidad. Pero, al mismo tiempo, crea una mirada contemplativa y nostálgica y a pesar de situarla en el “despiadado” Hong Kong, Yan regresa a su ciudad de origen en China donde vive un lapso de tiempo acorde a sus ilusiones y fantasías.
La cámara en mano de Chan captura el alocado Hong Kong de neones y velocidad, pero no tanto los conflictos internos de sus personajes, por el contrario su cámara, y su paleta de colores, cambia en las escenas de la China continental donde la tranquilidad de un paisaje nevado crea los contrates propios de dos realidades que se enfrentan.
La valentía de Fruit Chan queda manifiesta al mostrarnos, como trasfondo, la complicada relación entre China y Hong Kong.
Una dura mirada y una dura película que, como el durian, nos invita a bucear en su corazón para descubrir lo brillante de su cine, para discernir cómo algunas películas se camuflan en las maravillas de una realidad social cuando , en definitiva , tal como nos narra Chan: “... la sociedad no ha mejorado con el cambio, sino que ha precipitado un mayor conflicto...”
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