Si en semanas anteriores nos hemos ocupado de la faceta de Sylvia Chang como actriz (véase Rice Rhapsody de Kenneth Bi), ahora es el momento de centrarnos en sus labores como directora y guionista. El año 2008 nos sorprendía con una de sus últimas producciones: Run Papa Run, película que es un buen ejemplo para aproximarnos a su corpus cinematográfico cimentado sobre una base costumbrista que alterna melodrama y comedia a partes iguales.
Desde sus comienzos Chang ha demostrado que sabe cómo y cuándo conectar con el gran público. Su condición de nexo -entre las cinematografías de Hong Kong y de Taiwán- como referente de un nuevo cine bajo los renovadores postulados de la Nueva Ola, hizo que el camino que inició en la televisión hongkonesa se trasladase a Taiwán e hiciese frente y revulsivo ante los postulados de un cine encabezado por Hou –Hsien Hsie o Edward Yang, que en definitiva llenaban las pantallas de historias desarraigadas, de transformaciones sociales o de crisis de valores, que no empatizaban con el espectador medio que sólo buscaba en las salas un camino hacia el entretenimiento.
Syvia Chang quiso repetir en Taiwán el modelo hongkonés de una Segunda Nueva Ola surgido desde la televisión. Si una nueva generación de cineastas de Hong Kong se habían dado a conocer gracias a la televisión ¿por qué en Taiwán no se podía repetir ese modelo? Uno de sus mayores logros fue la producción de la serie televisiva Eleven Women compuesta de once episodios dirigida por once nuevos directores. La serie se convirtió en un éxito de audiencia y creó una nueva vía entre el Nuevo Cine y el gusto del público.
De esa época Chang guarda un gusto por el tratamiento de temas contemporáneos, por las historias que combinan drama y comedia, por la presentación de conflictos internos, por las relaciones personales, por la exposición de una sociedad en consonancia con la posmodernidad y, sobre todo, por una narración fresca, e inclusive irónica, ante la cotidianidad de la existencia.
En su película 20, 30, 40 y su “natural” mirada hacia la mujer ya encontramos este corpus, mirada que profundiza llena de media sonrisa y dolor en, hasta la fecha, su última película: Run Papa Run.
Run Papa Run puede incluirse dentro del subgénero “cine de tríadas” pero dista mucho de repetir los clichés convencionales del género.
“La gente de las tríadas no suele mirar mucho al futuro, pero aún así Lee (nuestro protagonista) se sentía aliviado cada vez que despertaba” Con esta premonitoria voz en off arranca esta película que describe la particular mirada de Sylvia Chang en torno a la tríada.
El filme comienza con un golpe de efecto: el funeral de Lee abre una historia en la que se narra, en base a los recuerdos, su vida sentimental y familiar. No podemos hablar de drama familiar sino de una mixtura de géneros de los que se vale Chan para moverse a gusto en una línea ascendente que va de la comedia a la tragedia. Es decir, la comedia, con la inclusión de algún número musical, abarca una primera parte donde la sutileza de la sonrisa nos presenta a unos personajes que, sin llegar a ser parodia de los perfiles que encontramos en los convencionalismos de la tríada, se aproximan tanto al espectador que incluso somos testigos de ciertos guiños que rompen con la narración clásica: como la interpelación, o la mirada directa cámara.
En esta primera parte, en un claro tono de comedia, Chan nos acerca a la juventud del ganster, que como cualquier persona siente la llama de la pasión con su joven abogada, y no sin serias dudas decide casarse con ella. La llegada de un pequeño retoño trastocará su alocada vida llena de negocios ilegales y de peleas callejeras.
Desde sus comienzos Chang ha demostrado que sabe cómo y cuándo conectar con el gran público. Su condición de nexo -entre las cinematografías de Hong Kong y de Taiwán- como referente de un nuevo cine bajo los renovadores postulados de la Nueva Ola, hizo que el camino que inició en la televisión hongkonesa se trasladase a Taiwán e hiciese frente y revulsivo ante los postulados de un cine encabezado por Hou –Hsien Hsie o Edward Yang, que en definitiva llenaban las pantallas de historias desarraigadas, de transformaciones sociales o de crisis de valores, que no empatizaban con el espectador medio que sólo buscaba en las salas un camino hacia el entretenimiento.
Syvia Chang quiso repetir en Taiwán el modelo hongkonés de una Segunda Nueva Ola surgido desde la televisión. Si una nueva generación de cineastas de Hong Kong se habían dado a conocer gracias a la televisión ¿por qué en Taiwán no se podía repetir ese modelo? Uno de sus mayores logros fue la producción de la serie televisiva Eleven Women compuesta de once episodios dirigida por once nuevos directores. La serie se convirtió en un éxito de audiencia y creó una nueva vía entre el Nuevo Cine y el gusto del público.
De esa época Chang guarda un gusto por el tratamiento de temas contemporáneos, por las historias que combinan drama y comedia, por la presentación de conflictos internos, por las relaciones personales, por la exposición de una sociedad en consonancia con la posmodernidad y, sobre todo, por una narración fresca, e inclusive irónica, ante la cotidianidad de la existencia.
En su película 20, 30, 40 y su “natural” mirada hacia la mujer ya encontramos este corpus, mirada que profundiza llena de media sonrisa y dolor en, hasta la fecha, su última película: Run Papa Run.
Run Papa Run puede incluirse dentro del subgénero “cine de tríadas” pero dista mucho de repetir los clichés convencionales del género.
“La gente de las tríadas no suele mirar mucho al futuro, pero aún así Lee (nuestro protagonista) se sentía aliviado cada vez que despertaba” Con esta premonitoria voz en off arranca esta película que describe la particular mirada de Sylvia Chang en torno a la tríada.
El filme comienza con un golpe de efecto: el funeral de Lee abre una historia en la que se narra, en base a los recuerdos, su vida sentimental y familiar. No podemos hablar de drama familiar sino de una mixtura de géneros de los que se vale Chan para moverse a gusto en una línea ascendente que va de la comedia a la tragedia. Es decir, la comedia, con la inclusión de algún número musical, abarca una primera parte donde la sutileza de la sonrisa nos presenta a unos personajes que, sin llegar a ser parodia de los perfiles que encontramos en los convencionalismos de la tríada, se aproximan tanto al espectador que incluso somos testigos de ciertos guiños que rompen con la narración clásica: como la interpelación, o la mirada directa cámara.
En esta primera parte, en un claro tono de comedia, Chan nos acerca a la juventud del ganster, que como cualquier persona siente la llama de la pasión con su joven abogada, y no sin serias dudas decide casarse con ella. La llegada de un pequeño retoño trastocará su alocada vida llena de negocios ilegales y de peleas callejeras.
A media que el personaje va ganando en madurez la película va tomando un tono cercano al drama pero sin perder el matiz de la ternura y la mirada dulcificada hacia la tríada. La debilidad de Lee se concentra en su recién nacida, su preciosa hija ocupa todo su universo, y su preocupación pasa por ocultar sus verdaderos negocios. De esta forma el espectador asiste a una serie de malos entendidos en los que siendo niña son joviales, pero que según crece exploran el conflicto del ser humano entre lo que se es y lo que se quiere dejar de ser.
En este sentido Run Papa Run nos cuestiona un interrogante esencial para aproximarnos a su protagonista: ¿ Lee elige la tríada o la tríada le elige a él? El contexto en el naces, pues el narrador de la historia introduce una trayectoria muy común en muchos miembros de tríadas, como la ausencia del modelo paternal, la incomprensión de la madre y el éxodo de China a Hong Kong, puede determinar tus acciones futuras.
Lee se debate entre la fraternidad hacia sus hermanos y la paternidad hacia su hija y como el círculo fraternal en el que cae es tan cerrado, no le quedará más remedio que pasar toda una vida ocultando su trabajo. La fidelidad, en este caso, se transforma en una soga pues Lee aún a pesar de ser un jefe respetado, no puede cambiar su destino y su conflicto personal enmudece la comedia para autoconvencerse de que sus problemas acabarán el día en que él deje de existir.
La paradoja es que aún a pesar de encontrar la felicidad en su núcleo familiar, y sobre todo en la inocente mirada de su hija que consigue redimirle, la vida es tan cruel que un mínimo error te marca para toda la vida. Por ello la película recalca: “...entró en un minuto en la tríada pero se pasó media vida intentando dejarla...”
No obstante, como señalamos al principio, Sylvia Chang es fiel a su estilo fresco, cotidiano e irónico y a pesar de subrayar el drama otorga cierto consuelo al protagonista pues, aún siendo el espectador testigo de su muerte, puede ver el casamiento de su hija. El drama se suaviza pues Run Papa Run conmueve más que hiere.
La ironía también ayuda a descafeinar la tragedia sobre todo con un tema que toca de fondo, como es el de la religión, que satíricamente lo introduce en esta mirada tan especial hacia la tríada. Mabel, la mujer de Lee, es una ferviente católica y desea que su marido y su hija sean bautizados. Al igual que la tríada se desmitifica por la fuerza de la inocencia, la religión sufre ese mismo toque sanador. Así Chang hace un guiño hacia la religión católica y su característico léxico al llamarse “hermanos” entre sus fieles, mismo vocablo que también se emplea en las tríadas a la hora de pertenecer a un grupo y mostrar su fidelidad. Quizá Chang utiliza este juego de palabras para dar a entender que las cosas nunca están tan lejanas como parecen.
Run Papa Run es una agradable película, con un Louise Koo en estado de gracia, que nos muestra cómo toda persona puede cambiar a través de la ternura y de la inocencia. Que subraya que los errores pueden llevarte a un círculo hermético del que es imposible salir, y que todo drama puede tener una balanza de frescura y comedia.
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