Cuando el heroic bloodshed se encontraba en sus últimos coletazos y el festival coreográfico, acompañado de tiros y sangre, ya carecía de revulsivo al convertirse en un producto de imitación, una nueva generación de directores, la Segunda Ola del cine hongkonés, capitaneó una nueva propuesta que renovó y viró su mirada ante una efectista pero cruda realidad en su panorama nacional.
En sus filas encontramos directores tan notables como Stanley Kwan, Jacob Cheung, Mabel Cheung, Clara Law, el primer Wong Kar Wai o Lawrence Ah Mon, creador que hoy ocupa nuestro estudio.
Integrado en este grupo, pero sin compartir los dogmas de un movimiento pues prevalece entre ellos su individualidad, en la Segunda Ola del cine hongkonés sobrevolaron las preocupaciones sociales y la reflexión interna del individuo dentro del contexto social. Sus argumentos exploraban las sensaciones y los sentimientos de los individuos que, muchas veces a través de viajes inciáticos, se perdían entre la desesperanza y la crisis de identidad. Cada director, a su manera, se acercó a esta sensación de pesadumbre.
Los primeros pasos de Ah Mon estuvieron condicionados, precisamente, por ese deseo de explotar su realidad desde otra dimensión. Con su particular reflexión social acercó la cámara a los ambientes más marginales. Su primera obra (Gans) es prácticamente un docudrama con un crudo y realista retrato de la juventud hongkonesa que gana en violencia según nos acercamos a su desenlace.
Pero en el año 1995, Ah Mon, se alejó de su mirada extremadamente realista para suavizar su cinematografía con un melodrama que, sin pretender grandes logros, debe ser considerado como una de sus películas más redondas: One and a half.
Como ya hemos mencionado One and a half es una película sin grandes pretensiones. Ah Mon quiso, simplemente, hacer un melodrama que no cayese en los tópicos de un género que muchas veces ha rayado tanto el énfasis que ha culminado en la caricatura más irrisoria.
El protagonista de One and a half es un inmigrante ilegal, que viene de la China continental a Hong Kong. Al involucrarse en una redada mata en defensa propia a un compañero y es condenado a siete años de prisión. Durante su cautiverio recibe la notificación de divorcio por parte de su mujer, y tras cumplir su condena y decidir regresar a su ciudad natal le comunican que su hijo ha muerto. Tras descubrir que un niño de seis años vive con su mujer y con su nueva pareja decide raptarlo con la motivación de la venganza, pero también con el deseo de experimentar algo que creía perdido.
Como vemos los tópicos del melodrama se agolpan en esta película, pero a su vez somos testigos de una de las constantes de la Segunda Ola. El melodrama, en este caso, se intensifica con la pérdida de identidad del protagonista. El tono efectista, propio de este género, se equilibra con la sensación real del desarraigo. Al mismo tiempo, el melodrama en su marco social adquiere en One and a half veracidad al denunciar –nunca bajo un tono panfletario- la dificultad del inmigrante y la consiguiente persecución policial.
De esta manera Ah Mon fusiona un melodrama realista con la particularidad del rapto del niño, es decir, con un viaje inciático que a la manera de una road movie expone la evolución de la pérdida y la desesperanza de un padre, en un encuentro cimentado desde la ternura y la comprensión paterno-filial.
Un viaje basado en el conocimiento pues el padre experimentará el sentimiento paternal, que hasta ahora se le había negado, y el hijo tendrá un nuevo referente, que si bien en un principio le sembrará de dudas, conseguirá establecer un lazo de unión tan férreo que crezca entre ellos un fuerte lazo de dependencia.
Dos serán los protagonistas indiscutibles en este viaje: los trenes y sus vías por un lado; y por otro el río y las barcas.
Con el primero Ah Mon nos introduce en las carencias del protagonista. En un momento de la historia el padre cuenta a su hijo como su padre murió arrollado por un tren. Por eso él tiene un cuidado especial cuando el pequeño juguetea por entre las vías e incluso se pierde. Necesita no volver a pasar por ese sentimiento de pérdida cuando parece haber encontrado una vía hacia la felicidad.
Y con el río y la barca Ah Mon nos expone una metáfora de la vida de nuestro héroe: al igual que un pequeño barco que él tenía de joven y que naufragó, así se encuentra su vida, sin timón y sin atisbo de enrolarse en ningún mar. Aunque el hecho de que el pequeño le llame a él “comandante” nos hace ver cómo este viaje contempla la complicidad entre un padre y un hijo sin ellos mismos saberlo.
Acabamos de calificar de “héroe” a nuestro protagonista. Queremos destacar esta idea sobre todo para entender el cambio reflexivo y de perspectiva que la Segunda Ola realizó con respecto a la etapa anterior. Es decir, cómo la herencia del heroic bloodshed con unos héroes estilizados y arquetípicos que con pistola en mano atendían a sus particulares códigos de honor y de hermandad, se transforman en esta película en un héroe sencillo, condenado injustamente, que no necesita de balas y de estudiadas coreografías para demostrar la valentía junto su lado más tierno y paternal. Tan sólo vive una aventura con su hijo en la que juega con él y se enfrenta a los duros inconvenientes de su sociedad actual.
Lawrece Ah Mon compone esta pequeña joya, acompañada por una fantástica fotografía de Lui Lok, desde la simplicidad y el verismo. One and a half va ganando en intensidad a medida que padre e hijo se compenetran. Su viaje pasa por todas las etapas: duda, incomprensión, empatía, ayuda, ternura y finalmente el cariño que plasma la lógica relación entre un padre y un hijo. El desenlace incrementa aún más la función del héroe al alejarse de la vida de su hijo para no interponerse en su felicidad.
En suma, One and a half es un medido melodrama, envuelto en su marco social contemporáneo, en la que el protagonista recupera su identidad gracias a la ternura de un niño.
En sus filas encontramos directores tan notables como Stanley Kwan, Jacob Cheung, Mabel Cheung, Clara Law, el primer Wong Kar Wai o Lawrence Ah Mon, creador que hoy ocupa nuestro estudio.
Integrado en este grupo, pero sin compartir los dogmas de un movimiento pues prevalece entre ellos su individualidad, en la Segunda Ola del cine hongkonés sobrevolaron las preocupaciones sociales y la reflexión interna del individuo dentro del contexto social. Sus argumentos exploraban las sensaciones y los sentimientos de los individuos que, muchas veces a través de viajes inciáticos, se perdían entre la desesperanza y la crisis de identidad. Cada director, a su manera, se acercó a esta sensación de pesadumbre.
Los primeros pasos de Ah Mon estuvieron condicionados, precisamente, por ese deseo de explotar su realidad desde otra dimensión. Con su particular reflexión social acercó la cámara a los ambientes más marginales. Su primera obra (Gans) es prácticamente un docudrama con un crudo y realista retrato de la juventud hongkonesa que gana en violencia según nos acercamos a su desenlace.
Pero en el año 1995, Ah Mon, se alejó de su mirada extremadamente realista para suavizar su cinematografía con un melodrama que, sin pretender grandes logros, debe ser considerado como una de sus películas más redondas: One and a half.
Como ya hemos mencionado One and a half es una película sin grandes pretensiones. Ah Mon quiso, simplemente, hacer un melodrama que no cayese en los tópicos de un género que muchas veces ha rayado tanto el énfasis que ha culminado en la caricatura más irrisoria.
El protagonista de One and a half es un inmigrante ilegal, que viene de la China continental a Hong Kong. Al involucrarse en una redada mata en defensa propia a un compañero y es condenado a siete años de prisión. Durante su cautiverio recibe la notificación de divorcio por parte de su mujer, y tras cumplir su condena y decidir regresar a su ciudad natal le comunican que su hijo ha muerto. Tras descubrir que un niño de seis años vive con su mujer y con su nueva pareja decide raptarlo con la motivación de la venganza, pero también con el deseo de experimentar algo que creía perdido.
Como vemos los tópicos del melodrama se agolpan en esta película, pero a su vez somos testigos de una de las constantes de la Segunda Ola. El melodrama, en este caso, se intensifica con la pérdida de identidad del protagonista. El tono efectista, propio de este género, se equilibra con la sensación real del desarraigo. Al mismo tiempo, el melodrama en su marco social adquiere en One and a half veracidad al denunciar –nunca bajo un tono panfletario- la dificultad del inmigrante y la consiguiente persecución policial.
De esta manera Ah Mon fusiona un melodrama realista con la particularidad del rapto del niño, es decir, con un viaje inciático que a la manera de una road movie expone la evolución de la pérdida y la desesperanza de un padre, en un encuentro cimentado desde la ternura y la comprensión paterno-filial.
Un viaje basado en el conocimiento pues el padre experimentará el sentimiento paternal, que hasta ahora se le había negado, y el hijo tendrá un nuevo referente, que si bien en un principio le sembrará de dudas, conseguirá establecer un lazo de unión tan férreo que crezca entre ellos un fuerte lazo de dependencia.
Dos serán los protagonistas indiscutibles en este viaje: los trenes y sus vías por un lado; y por otro el río y las barcas.
Con el primero Ah Mon nos introduce en las carencias del protagonista. En un momento de la historia el padre cuenta a su hijo como su padre murió arrollado por un tren. Por eso él tiene un cuidado especial cuando el pequeño juguetea por entre las vías e incluso se pierde. Necesita no volver a pasar por ese sentimiento de pérdida cuando parece haber encontrado una vía hacia la felicidad.
Y con el río y la barca Ah Mon nos expone una metáfora de la vida de nuestro héroe: al igual que un pequeño barco que él tenía de joven y que naufragó, así se encuentra su vida, sin timón y sin atisbo de enrolarse en ningún mar. Aunque el hecho de que el pequeño le llame a él “comandante” nos hace ver cómo este viaje contempla la complicidad entre un padre y un hijo sin ellos mismos saberlo.
Acabamos de calificar de “héroe” a nuestro protagonista. Queremos destacar esta idea sobre todo para entender el cambio reflexivo y de perspectiva que la Segunda Ola realizó con respecto a la etapa anterior. Es decir, cómo la herencia del heroic bloodshed con unos héroes estilizados y arquetípicos que con pistola en mano atendían a sus particulares códigos de honor y de hermandad, se transforman en esta película en un héroe sencillo, condenado injustamente, que no necesita de balas y de estudiadas coreografías para demostrar la valentía junto su lado más tierno y paternal. Tan sólo vive una aventura con su hijo en la que juega con él y se enfrenta a los duros inconvenientes de su sociedad actual.
Lawrece Ah Mon compone esta pequeña joya, acompañada por una fantástica fotografía de Lui Lok, desde la simplicidad y el verismo. One and a half va ganando en intensidad a medida que padre e hijo se compenetran. Su viaje pasa por todas las etapas: duda, incomprensión, empatía, ayuda, ternura y finalmente el cariño que plasma la lógica relación entre un padre y un hijo. El desenlace incrementa aún más la función del héroe al alejarse de la vida de su hijo para no interponerse en su felicidad.
En suma, One and a half es un medido melodrama, envuelto en su marco social contemporáneo, en la que el protagonista recupera su identidad gracias a la ternura de un niño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario