Tras su ópera prima, Pye-dog, Derek Kwok se convirtió en uno de los directores más prometedores del panorama hongkonés. Su manera de tomar prestados los elementos genéricos del thriller y hacerlos suyos, mediante el desarrollo de una historia íntima y sencilla, constataron una de las corrientes actuales del nuevo noir de la excolonia: el cine negro de mirada personal. Si el camino lo abrió Wilson Yip, antes de convertirse en el rey del neo-noir de acción, con películas como Juliet in love o Bullets over the summer, posteriormente fue afianzado por veteranos creadores como James Yuen con su magnífica Crazy N´the city (ver entrada en blog), o por noveles como Kwok.
Fue, especialmente, Kwok el que sorprendió con su primera película al demostrar que la tríada podía ser narrada desde otro ángulo, al introducir fantasía y realidad en un guión del que a partir de una historia sencilla se podía narrar la autenticidad de la vida.
Con su segunda película, The Moss, Kwow repitió algunas de sus constantes anteriores: el protagonismo volvía a recaer en personajes tocados por la tríada pero desde un escalafón inferior; de nuevo retomaba la idea de usar los convencionalismo del género bajo su particular manera de entender el noir; y por último, se centraba en una historia sencilla, que al igual que Pye-dog, redundaban en esa idea del thriller como marco para narrar un viaje a través de los sentimientos. O lo que es lo mismo, la tríada como telón de fondo donde se muestra una especie de camino inciático por parte del protagonista y la vuelta a unos principios éticos.
El comienzo de The Moss nos sorprende con unas relajantes tomas del mar y del ruido de las olas contra las rocas. En este contexto una voz en off narra un cuento que nos lleva hasta nuestra infancia: “... en el interior de un castillo vive una muchacha con una piedra verde, un día un demonio la secuestra y se la lleva de su castillo. Un guerrero parte en su busca, guiado por la piedra, con la esperanza de salvar a la muchacha...”
La transición a las calles de Hong Kong nos saca abruptamente de ese comienzo tan poético y contemplativo. La cámara se mueve con trazos rápidos mostrándonos el bullicio y la vida de uno de los distritos más poblados de Kowloon: Sham Shui Po.
La historia que se nos va a narrar tiene como epicentro este barrio, foco de prostitución y eje de mafias locales, en donde cohabitan bandas de tríadas, prostitución de subsistencia y policía corrupta injertada en este ambiente.
A uno de sus pisos llega Fu, la muchacha de nuestro cuento, venida desde la China continental con el objetivo de ejercer la prostitución y ganar dinero. Fu, casualmente, encuentra una gema verde, y sin ella saberlo se convertirá en el eje de una aventura que le descubra el Hong Kong más descarnado y oscuro.
Como si fuese un cuento Kwok nos asombra con una historia que de nuevo vuelve a reunir la fantasía con la realidad. La gema y el musgo (título de la película) comparten la tonalidad verde, misma gama con que se matiza su estupenda fotografía, pero ambas deben verse como dos eslabones discontinuos. La piedra es el nexo que une la fábula con la realidad, pues igual que en el cuento la muchacha sale de su castillo y llega hasta las decadentes calles de Sham Shui Po, allí será raptada por un demonio-vagabundo y un “valiente” guerrero luchará por salvarla.
El musgo, por otro lado, representa la realidad más palpable. El Hong Kong más oscuro sin ápice de contemplaciones. ¿Qué es sino el musgo sino una planta que carece de raíces, que crece sin prestarle los más mínimos cuidados, y que puede sobrevivir prácticamente sin agua y sin la luz del sol? El musgo puede crecer en la oscuridad como el diablo-vagabundo que rapta a la muchacha, y sobre todo, el musgo no tiene raíces. La carencia de raíces puede ser uno de los mejores rasgos que describan a nuestro protagonista, un policía en limbo, que sin identidad se mueve entre las bandas mafiosas, la prostitución y la pertenencia al cuerpo ¿Puede ser éste el héroe de nuestra fábula? A su manera el protagonista experimentará un camino iniciático hacia sus principios más éticos en esa lucha contra el demonio por defender a la muchacha.
Pero ¿y la muchacha?, ¿es cándida como las princesas de los cuentos? Fu, se nos muestra como una víctima de su marco social. La pérdida de su inocencia se ejemplifica con frases como: “ ...sólo puedo depender de mi misma....” pero aún así se aferra a su talismán porque quiere ser salvada.
Kwok explicita la dura realidad de unos de los barrios más poblados de Kowloon pero con la autenticidad y la potestad del que ha vivido en él.
“...Cuando era pequeño mi abuela vivía en Sham Shui Po y mi madre siempre me llevaba a pasar los fines de semana. Sham Shui Po era un lugar muy bueno, había muchos restaurantes, jugueterías... pero ahora mi visión de la realidad ha cambiado...”
Quedémonos con esa última frase: “ahora mi visión de la realidad ha cambiado”, ahondando en ella Kwok quiere dar un toque de atención a todos los que piensan que las nuevas generaciones siempre son peores, o más dañinas, que las anteriores. El director comenta que cada generación es la misma puesto que la nueva generación hereda el marco de la anterior, de ahí una de las frases más significativas del protagonista, que tras sufrir un tiroteo con una banda de pakistaníes, comenta: “Este lugar seguirá siempre sucio, se haga lo que se haga...”. De ahí que los personajes nunca piensen en el futuro.
Por último, si bien es cierto que quizá falte un desarrollo interno de los personajes, algunos críticos han tachado a The Moss como convencional y éticamente correcta. Por poner un ejemplo: no se entiende cómo en la escena en la que la muchacha se va a la habitación con un hombre para comenzar su carrera como prostituta, acto seguido aparece ese mismo cliente gritando que no ha pasado nada porque la niña se niega. Quizá falte verosimilitud pero no olvidemos que el director abre su película con una fábula y la cierra con ella. ¿Estamos pues en los límites del cuento, o de la realidad más cruda? Eso es algo que tiene que decidir el espectador. Para los que no quieran entender de fábulas The Moss puede pecar de ciertos convencionalismos; en cambio para los que el cuento matiza la realidad, entre los que me encuentro, la narración se inscribe en la más “compasiva” iconografía del género.
No obstante, no olvidemos que todo cuento llega a su fin, y al concluir éste la muchacha: “...tras combatir ferozmente el guerrero y el demonio, el guerrero lanza su espada y ensarta al demonio. La sangre mana del cuello del demonio. Y la sangre y el cielo anaranjado se funde en uno, y el sol comienza a salir...”, tira la gema al mar bajo un sol radiante de esperanza.
Por tanto nuestros protagonistas ¿son héroes o son, simplemente, personajes marginales?
Fue, especialmente, Kwok el que sorprendió con su primera película al demostrar que la tríada podía ser narrada desde otro ángulo, al introducir fantasía y realidad en un guión del que a partir de una historia sencilla se podía narrar la autenticidad de la vida.
Con su segunda película, The Moss, Kwow repitió algunas de sus constantes anteriores: el protagonismo volvía a recaer en personajes tocados por la tríada pero desde un escalafón inferior; de nuevo retomaba la idea de usar los convencionalismo del género bajo su particular manera de entender el noir; y por último, se centraba en una historia sencilla, que al igual que Pye-dog, redundaban en esa idea del thriller como marco para narrar un viaje a través de los sentimientos. O lo que es lo mismo, la tríada como telón de fondo donde se muestra una especie de camino inciático por parte del protagonista y la vuelta a unos principios éticos.
El comienzo de The Moss nos sorprende con unas relajantes tomas del mar y del ruido de las olas contra las rocas. En este contexto una voz en off narra un cuento que nos lleva hasta nuestra infancia: “... en el interior de un castillo vive una muchacha con una piedra verde, un día un demonio la secuestra y se la lleva de su castillo. Un guerrero parte en su busca, guiado por la piedra, con la esperanza de salvar a la muchacha...”
La transición a las calles de Hong Kong nos saca abruptamente de ese comienzo tan poético y contemplativo. La cámara se mueve con trazos rápidos mostrándonos el bullicio y la vida de uno de los distritos más poblados de Kowloon: Sham Shui Po.
La historia que se nos va a narrar tiene como epicentro este barrio, foco de prostitución y eje de mafias locales, en donde cohabitan bandas de tríadas, prostitución de subsistencia y policía corrupta injertada en este ambiente.
A uno de sus pisos llega Fu, la muchacha de nuestro cuento, venida desde la China continental con el objetivo de ejercer la prostitución y ganar dinero. Fu, casualmente, encuentra una gema verde, y sin ella saberlo se convertirá en el eje de una aventura que le descubra el Hong Kong más descarnado y oscuro.
Como si fuese un cuento Kwok nos asombra con una historia que de nuevo vuelve a reunir la fantasía con la realidad. La gema y el musgo (título de la película) comparten la tonalidad verde, misma gama con que se matiza su estupenda fotografía, pero ambas deben verse como dos eslabones discontinuos. La piedra es el nexo que une la fábula con la realidad, pues igual que en el cuento la muchacha sale de su castillo y llega hasta las decadentes calles de Sham Shui Po, allí será raptada por un demonio-vagabundo y un “valiente” guerrero luchará por salvarla.
El musgo, por otro lado, representa la realidad más palpable. El Hong Kong más oscuro sin ápice de contemplaciones. ¿Qué es sino el musgo sino una planta que carece de raíces, que crece sin prestarle los más mínimos cuidados, y que puede sobrevivir prácticamente sin agua y sin la luz del sol? El musgo puede crecer en la oscuridad como el diablo-vagabundo que rapta a la muchacha, y sobre todo, el musgo no tiene raíces. La carencia de raíces puede ser uno de los mejores rasgos que describan a nuestro protagonista, un policía en limbo, que sin identidad se mueve entre las bandas mafiosas, la prostitución y la pertenencia al cuerpo ¿Puede ser éste el héroe de nuestra fábula? A su manera el protagonista experimentará un camino iniciático hacia sus principios más éticos en esa lucha contra el demonio por defender a la muchacha.
Pero ¿y la muchacha?, ¿es cándida como las princesas de los cuentos? Fu, se nos muestra como una víctima de su marco social. La pérdida de su inocencia se ejemplifica con frases como: “ ...sólo puedo depender de mi misma....” pero aún así se aferra a su talismán porque quiere ser salvada.
Kwok explicita la dura realidad de unos de los barrios más poblados de Kowloon pero con la autenticidad y la potestad del que ha vivido en él.
“...Cuando era pequeño mi abuela vivía en Sham Shui Po y mi madre siempre me llevaba a pasar los fines de semana. Sham Shui Po era un lugar muy bueno, había muchos restaurantes, jugueterías... pero ahora mi visión de la realidad ha cambiado...”
Quedémonos con esa última frase: “ahora mi visión de la realidad ha cambiado”, ahondando en ella Kwok quiere dar un toque de atención a todos los que piensan que las nuevas generaciones siempre son peores, o más dañinas, que las anteriores. El director comenta que cada generación es la misma puesto que la nueva generación hereda el marco de la anterior, de ahí una de las frases más significativas del protagonista, que tras sufrir un tiroteo con una banda de pakistaníes, comenta: “Este lugar seguirá siempre sucio, se haga lo que se haga...”. De ahí que los personajes nunca piensen en el futuro.
Por último, si bien es cierto que quizá falte un desarrollo interno de los personajes, algunos críticos han tachado a The Moss como convencional y éticamente correcta. Por poner un ejemplo: no se entiende cómo en la escena en la que la muchacha se va a la habitación con un hombre para comenzar su carrera como prostituta, acto seguido aparece ese mismo cliente gritando que no ha pasado nada porque la niña se niega. Quizá falte verosimilitud pero no olvidemos que el director abre su película con una fábula y la cierra con ella. ¿Estamos pues en los límites del cuento, o de la realidad más cruda? Eso es algo que tiene que decidir el espectador. Para los que no quieran entender de fábulas The Moss puede pecar de ciertos convencionalismos; en cambio para los que el cuento matiza la realidad, entre los que me encuentro, la narración se inscribe en la más “compasiva” iconografía del género.
No obstante, no olvidemos que todo cuento llega a su fin, y al concluir éste la muchacha: “...tras combatir ferozmente el guerrero y el demonio, el guerrero lanza su espada y ensarta al demonio. La sangre mana del cuello del demonio. Y la sangre y el cielo anaranjado se funde en uno, y el sol comienza a salir...”, tira la gema al mar bajo un sol radiante de esperanza.
Por tanto nuestros protagonistas ¿son héroes o son, simplemente, personajes marginales?
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