domingo, 19 de septiembre de 2010

Echoes de rainbow de Alex Law: el lago de la amargura







El eterno ayudante de las películas más exitosas de la directora Mabel Cheung, con quien posteriormente se casó, y después de demostrar que podía ser un buen director con la aclamada Painted faces, nos ha sorprendido en este año con un melodrama sencillo pero a la vez sincero. Los ecos de su arcoiris nos trasladan a sus recuerdos semibiográficos de su infancia y a un rendido homenaje a su hermano mayor que murió de cáncer cuando era un adolescente.
Su mirada nostálgica ha marcado su carrera como guionista y director, y a través de ella, bien en Painted Faces con la escuela de la ópera china, o bien en Echoes de rainbow donde se sumerge en el Hong Kong de principios de los años sesenta, ha querido plasmar las alegrías y los sinsabores de unos momentos que, a su vez, han dirigido la evolución de una ciudad tan cosmopolita, hoy en día, como Hong Kong.
Su ritmo pausado no le quita ápice a su intenciones, las de construir un fresco familiar con una exquisita recreación en los detalles al mismo tiempo que nos remite al melodrama más sincero sin resquicios de ironía o cinismo.


Big Ears vive en el Hong Kong de finales de los años cincuenta. Con apenas ocho años de edad admira a su hermano y se siente muy querido por unos padres que luchan por sacar adelante a su familia. Su padre (Simon Yam en una estupenda y contenida actuación) regenta una zapatería y su madre (Sandra Ng como siempre espléndida) es una mujer resolutiva que vela continuamente por los suyos.
La historia, a medio camino entre el melodrama y los apuntes biográficos, que nos presenta Law está narrada a través de los ojos de un niño, los ojos de la inocencia, que contempla y entiende las cosas en su razonamiento simple e infantil, y que la mayoría de las veces difiere de la realidad en la que viven sus mayores.

El barrio donde vive esta familia es Sham Shui Po, barrio al que muchas veces se han acercado los cineastas hongkoneses, pero en esta ocasión está matizado con el prisma y la idiosincrasia de los años cincuenta y sesenta. Un lugar, que tal como dice la madre, es el marco de momentos difíciles y momentos maravillosos, y es un barrio con una arquitectura muy particular que en esas fechas estaba construido con casas pequeñas unifamiliares y pequeños callejones llenos de vida.
Nos imaginamos, tal como dice su propio director, que “…fue extremadamente difícil encontrar una localización para la película con la atmósfera auténtica para la década, ya que la mayoría de los barrios antiguos de Hong Kong han sido demolidos…”, por eso la reconstrucción de estudio pasa por la nostalgia y por los recuerdos de Alex Law, y se centra en una de esas familias de trabajadores que paulatinamente fueron gestando esa gran urbe que es hoy en día la excolonia.

Los padres de Big Ears y de Desmond (su otro hijo adolescente y triunfador) sólo anhelan un sueño sencillo, al mismo tiempo que complejo, que sus hijos tengan una vida mejor.
Pero en ese espacio para sus sueños, en ese Hong Kong de finales de los cincuenta, también conviven los problemas cotidianos que dejan latente aspectos tan realistas como la agitación social, la corrupción policial y hospitalaria, los desniveles del desarrollo económico, el medio climático a veces tan adverso como los tifones , y sobre toda la desgracia personal, la amargura de una familia que todavía no entiende porqué uno de sus hijos tiene un cáncer terminal.
Después de ese tifón tan violento Echoes of the rainbow se viste de amargura, tal como dice la abuela de Big Ears el final de la vida se asemeja a un lago amargo destinado a nosotros y que deben de sufrir los que se quedan.
La enfermedad del hijo mayor se tiñe en un melodrama sincero que no cae de lleno en la sensiblería porque está muy sujeto en las dos grandes interpretaciones de Simon Yam y Sandra Ng. Ambos demuestran su angustia y su dolor en base a su contención, a sus significativos silencios y a sus sacrificios.
Las escenas del tifón marcan un antes y un después en esta familia, porque tras ellas su hijo mayor cae enfermo, y a su hermano pequeño ya no le sirve ponerse una pecera en la cabeza para distorsionar la visión de la realidad, pues desde ese momento se enfrenta con el dolor cara a cara. Un dolor que también sintió Alex Law por sus vivencias personales.


A Echoes of the rainbow se le ha criticado que pasase por alto los alborotos izquierdistas, de estos años, a favor de China en pleno gobierno británico, pero quizá el autor ha querido exponer su historia desde otras directrices.
Simplemente construye un melodrama familiar desde la nostalgia de sus recuerdos, con la delicadeza de un artesano, y con la amargura propia del dolor y del sacrificio.

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